1. Vivir la efusión del Espíritu
En esta gran fiesta de los cristianos, en la fiesta de la efusión del Espíritu, en Pentecostés, siempre me viene a la mente comenzar la reflexión partiendo de una expresión muy sencilla, muy entendible, de nuestro lenguaje coloquial. Ésta:
Todos nosotros distinguimos muy bien entre la expresión Fulano es una persona “sin” espíritu y la expresión Fulano es una persona “con” espíritu. Cuando hablamos de la persona “sin espíritu”, rápidamente se nos viene a la cabeza una persona con pocas ganas, con apatía, ante todo, cargada de pesimismo… ¡Muy poco podemos hacer cuando somos una persona así! Sin embargo, cuando decimos una persona “con espíritu”, pensamos pronto en alguien con empuje, con ganas de luchar, con generosidad, con gozo, con alegría, alguien que en vez de poner problemas aporta soluciones… ¿Verdad que sí? Esto, en el lenguaje coloquial, en un nivel puramente humano.
Pues bien, si avanzamos la expresión del lenguaje puramente humano a un lenguaje en cristiano –por así llamarlo- y escribimos Espíritu con mayúscula, refiriéndonos al Espíritu de Dios, al Espíritu Santo –fiesta de hoy- ¡qué cristianos tan diferentes seremos si somos cristianos sin Espíritu de si somos cristianos con Espíritu!
Un cristiano sin Espíritu, según dice el papa Francisco, se deja robar el entusiasmo… la alegría evangelizadora… la esperanza… se deja robar el ser comunitario… En definitiva, se deja robar el Evangelio (EG 80-92). Sin embargo, un cristiano con Espíritu es la Iglesia en salida que Jesús quiere de nosotros, es la comunidad de discípulos que se involucran en la vida, que acompañan al más débil, que dan buenos frutos, y que festejan con gran alegría todo lo que viven (EG 20-24). Evangelizadores con Espíritu (cap V de EG).
¿Verdad que esto es así? ¿Seremos nosotros mujeres y hombres sin Espíritu, o seremos mujeres y hombres con Espíritu?
2. Estaban con las puertas cerradas, por miedo a… ¿a quién?…
Y una segunda cosa para reflexionar nos viene sugerida por el relato del Evangelio. Es una segunda cosa que seguro a todos nosotros nos llama bastante la atención, nos impacta y hasta nos duele. Dice así el Evangelio (Jn 20,19): Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Puertas cerradas y miedo… ¡Vaya discípulos, vaya seguidores del Maestro! ¡Qué podría hacerse con hombres así!
Pero, oye, también nosotros somos discípulos así, mujeres y hombres así… ¡Cuántas veces nos encerramos nosotros en nosotros mismos, en nuestros intereses personales, sólo valen mis criterios, mis puntos de vista, mi grupo, mi comunidad!; ¡cuántas veces vivo para mí, encerrado en mí, sin pensar en los demás, sin pensar en comunidad, en parroquia o en iglesia! Encerramiento por egoísmo, podríamos decir. O encerramiento por nuestro agotamiento personal, por la edad, por el cansancio… Encerramientos, en definitiva, por unas razones o por otras, que nos fastidian y estorban el plan de Dios en nosotros. Con las puertas cerradas, por miedo a… Aquellos discípulos estaban encerrados y con miedo; nosotros hoy, de formas distintas, también podemos andar con miedos y con muchos encerramientos o parapetos a la gracia de Dios, que nos ha llamado y nos envía.
3. Cristo en medio de ellos y efusión del Espíritu Santo
A aquellos discípulos, que estaban sin Espíritu y encerrados, llegó Cristo, se puso en medio de ellos, les saludó con el saludo judío Shalom, Shalom alehem, Paz a vosotros, les mostró sus manos y su costado –señal inequívoca de su vida entregada- y les exhaló su Espíritu, el Espíritu Santo.
Y aquellos hombres y mujeres, junto con María, que estaba con ellos, aquella comunidad primera –dice la primera lectura- recibieron el Espíritu que les hizo vivir en la alegría, entender el plan de Dios, sentirse enviados igual que Cristo había sido enviado por el Padre y salieron a anunciar la persona de Jesucristo y su Buena Noticia, el Evangelio.
Mensaje que entendieron todos –había allí gentes de muy diversos lugares del mundo y de culturas distintas: judíos, medos, elamitas, griegos, de Asia, de Libia…–, porque era el mensaje del amor, del servicio, de la entrega, el mensaje de vivir en Cristo, el mensaje de quienes viven con Espíritu, con el Esp. de Dios.
4. Nosotros, cada uno de nosotros
Disfrutemos hoy la llamada a ser mujeres y hombres con el Espíritu de Dios. Disfrutemos que el Espíritu Santo entra en nuestras vidas, nos hace conocer mejor a Jesucristo y nos empuja a salir a los hermanos con la Buena Noticia, con el Evangelio de la salvación.
El Espíritu Santo nos universaliza; nos actualiza, haciéndonos creativos e infundiéndonos el coraje de Cristo; y nos hace ser personas con un interior profundo, personas con decisión y calidad, y personas capaces, por tanto, de llevar vida a los demás: vida a nuestra casa, vida a nuestro entorno, vida para purificar la cuestión política (pactos tras las elecciones) … Quien es invadido por el Espíritu de Dios tiene mucho bueno que llevar a los demás: ¡Vamos a ello!
Dejémonos llenar por el Espíritu de Dios y él nos abrirá puertas y ventanas para la sana y buena relación con todos.
5. Y esto, con María: -la mejor discípula, la madre, que estaba con ellos -y que está con nosotros.
Antonio Aguilera