Estamos viviendo el 2020
El día 1 pasado, el día de Año Nuevo, hablábamos de vivir el 2020 como año de gracia del Señor; hablábamos de vivirlo forjando paz, con ilusión, con esperanza; y hablábamos de vivirlo desde Dios para los demás, como lo hizo Santa María, Madre de Dios.
Hoy, en la primera lectura (Eclo 24) se nos indica un camino para ello: ser sabios, vivir sabiamente, vivir el año como personas de auténtica sabiduría, vivirlo como mujeres y hombres con un sentido común muy especial.
Vivir sabiamente es vivir con esa sabiduría que es bendita entre los benditos, que el Creador del cielo la estableció entre nosotros, que echó raíces entre un pueblo glorioso y reside en la congregación de los santos.
¿Qué es ser sabio, según Dios?
Con frecuencia confundimos el ser sabio con ser empollón, con ser sabihondo, con acumular títulos… Así, a menudo, pensamos al sabio como alguien que tiene muchos títulos, con alguien que vence en muchos concursos… Quizás eso sea una persona-enciclopedia, alguien con muchos conocimientos en la cabeza.
Pero ser sabio en la Sagrada Escritura tiene una connotación más honda. La 2ª lectura (Pablo a los Efesios) nos ha dicho: He oído hablar de vuestra fe en el Señor, de vuestro amor a todos los hermanos… y pido a Dios que os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, que ilumine los ojos de vuestro corazón…
Aquí habla de fe, de amor y de mirar la vida con los ojos del corazón: Que Dios ilumine los ojos de vuestro corazón, pide Pablo para los efesios.Ser sabio desde el corazón, ver desde el alma:
- Es la persona que ha puesto, que pone su corazón en la vida; la persona que ha vivido, que vive con plenitud la vida.
- Es la persona de rica experiencia.
- Es la persona sabia según Dios y que, por ello, vive cada día con atención, con profundidad, contemplando… Queriendo a la vida, queriendo a Dios, queriendo a los hermanos.
Ser sabio es, por tanto, descubrir a Dios en la andadura de la gente, en las situaciones habituales donde todos estamos insertos. Es leer la mano de Dios en los acontecimientos sencillos, porque ahí está el Señor.
Y eso no se ve con los ojos de la cara, se ve con los ojos del corazón: Sólo se ve bien con el corazón… Lo esencial es invisible a los ojos, decía el Principito (esa preciosa obra, tan fácil de leer y tan bonita, de Saint Exupery). Hay que calar en lo profundo, hay que calar en Dios.
El prólogo del evangelio de Juan
Calar en Dios. El evangelio que acabamos de escuchar, el prólogo del evangelio de Juan, nos ayuda a calar en Dios, a entrar en lo profundo de Jesucristo. Cuando Juan escribe su evangelio ya hay en las comunidades otros escritos sobre Jesús, ya hay algunas “biografías” (Mateo, Marcos, Lucas), ya se han escrito cosas sobre el Maestro. Ahora Juan quiere ahondar, conocer el fondo de su persona, y plantea que él, Jesús, es el pan de vida, que él es el agua viva, que él es la luz del mundo…
Y nos habla de ese Jesús-Dios, al que se ve con los ojos del corazón:
a) En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios
y la Palabra era Dios:
Ese Niño es Dios desde siempre, es la más perfecta manifestación de Dios, es la Palabra eterna del Padre. Dios es amor en el Padre, en el Hijo y en el E. S., y ese Dios-amor se expresa para nosotros en el Hijo. Dios se nos ha revelado en Jesucristo: ¡ya conocemos a Dios!
b) En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres:
En Jesucristo se nos ha revelado Dios que es vida. Dios es vida: siempre que trabajamos por que los hermanos tengan vida, estamos trabajando en la misión que Dios quiere para nosotros. Y trabajar por la vida de los hermanos es des-vivirme yo para que los demás vivan. Así en la familia, en el servicio, con los que me encuentro por la calle, con el que llega a pedirme algo…
¿Es ser vida para los demás la luz que me ilumina a mí cada día?
c) Al mundo vino… y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos
no la recibieron:
Nosotros somos su casa, somos los suyos: ¡qué grandeza tenemos! Tú eres de Dios, yo soy de Dios… ¿Qué más puedo querer? ¿Qué más puedo necesitar?
Y sin embargo, vino a los suyos y no lo recibieron: ¿Qué impide en mi vida, en mi persona, recibir plenamente a Dios, su persona, su mensaje? Quizás el yo estar lleno de mí y no dejar hueco para los hermanos (soberbia, egoísmo), quizás el no ser yo honrado en mi trabajo (hacer las cosas a medio hacer), quizás el acaparar yo y el vivir yo con más de lo que necesito (y no compartir con los que necesitan)… El yo, yo, yo…
d) Pero a cuantos le recibieron les da poder de ser hijos de Dios… Éstos
han nacido de Dios:
Y no es sólo que somos de Dios, es que somos hijos de Dios: nuestro nacimiento de carne y sangre con ser importante es muy poco ante la dignidad a la que Dios nos ha elevado; te ha hecho, me ha hecho, hijo suyo, hija suya… Esto hay que contemplarlo, gozarlo y transmitirlo… Arrodillamos el corazón.
Antonio Aguilera