1. Experiencia
Giovanni Papini fue un gran escritor italiano, de Florencia, discapacitado, que falleció en 1956, a la edad de 75 años. Poco antes de su muerte él escribía: “No tengo movilidad en mis piernas ni en mis brazos, estuve a punto de quedar ciego y mudo. Pero tengo algo muy grande, y lo agradezco a Dios: tengo fe”.
Pilar, de 87 años, con cáncer, me decía: He conocido a mucha gente buena, he trabajado mucho, he sido feliz… Ahora voy al Señor con una paz enorme”.
En nuestras parroquias, muchas personas hay haciendo el bien a otros: colaborando en Cáritas, en Catequesis, en el cuidado del templo, en la preparación de las celebraciones, en la atención a los enfermos…
Y en la calle y en muchas profesiones, mucha más gente de la que imaginamos ayudando a otros en lo que sabe y en lo que puede…
Es decir, en nuestra experiencia, en nuestros contactos, por donde quiera que nos vamos moviendo, seguro que nos hemos encontrado con gente buena, con gente que quiere aportar, con personas que quieren darse…
Siempre te encuentras con gente responsable y corresponsable en las más diversas tareas, de una manera u otra, según puede cada cual…
2. Personas con vocación
Se sienten, nos sentimos responsables porque hemos caído en la cuenta de la gran vocación que tenemos, a la que hemos sido llamados: vocación al servicio, a ser útiles, a ayudar a otros en lo que nos sea posible, a entregar nuestra vida… En definitiva, es vocación a la santidad (Vat II, LG cap V).
Hemos sentido que el Señor nos llama a ser sus discípulos, a estar con Él y a colaborar con Él. Incorporados a Jesucristo, bautizados en Él, llamados ya a ser santos: Baptizatus, ergo sanctus (expresión muy repetida en nuestro Seminario).
- Hemos sentido lo que oyó Isaías (1ª lec), de parte de Dios: -¿A quién envío?
-¿Quién irá por mí?
- Hemos sentido lo que oyó Pedro (Ev): -Rema mar adentro
y echad las redes para pescar.
Es la llamada a nosotros hoy, llamada de Dios a través de Francisco:
- Os quiero iglesia en salida… Os quiero discípulos misioneros… (EG).
- Os quiero matrimonios testigos de la alegría del amor (AL).
- Os quiero cuidando la creación, la naturaleza, nuestra casa común (LS).
- Os quiero a todos con entrañas de misericordia (MV).
= Era llamada a Isaías, a Pedro, a Pablo…
Es la llamada de Dios, a través de la Iglesia, a cada uno de nosotros hoy.
3. Ante la llamada, ¿cómo reaccionaron?
- Con un temor impresionante, al inicio:
- ¡Ay de mí, estoy perdido! Soy hombre de labios impuros, en medio de un pueblo impuro (Isaías, 1ª lectura).
- Soy el último de los apóstoles (Pablo, 2ª lec).
- Apártate de mí, Señor, que soy un pecador (Pedro, evangelio)
- Con una disponibilidad total, finalmente:
- ¡Aquí estoy, envíame!
- Señor, ¿qué quieres que haga?
- Sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
¿Qué pasó entre la actitud inicial, de temor, y la actitud final, de disponibilidad?
- Ha habido un encuentro en profundidad con Dios, un trato, un estar juntos, un tiempo de purificación. Se ve muy claramente en Isaías:
- Yo hombre impuro, en medio de un pueblo de labios impuros… ¡estoy perdido!
- Voló uno de los serafines, tomó ascuas del altar, purificó mis labios…
- Y ya otro hombre: ¡Aquí estoy, envíame!
4. Encuentro con Dios,
Isaías, Pablo, Pedro y tanta, tanta gente que conocemos, fueron llamados por el Señor, se encontraron en profundidad con Él y pasaron a ser personas nuevas.
Tú y yo, y cada uno de los que estamos aquí celebrando la Eucaristía:
- Nos estamos encontrando ahora mismo con el Señor: abrámosle plenamente el corazón, de par en par nuestras puertas para que Él tome posesión de nuestra vida… Si Él es Dios, si Él es el Padre (recordemos al padre de la parábola del Hijo Pródigo), ¿en quién voy a poner mejor mi vida que en Él?… Sé de quién me he fiado, decía Pablo.
- Dejémonos purificar por el fuego de Dios (como Isaías) y rememos mar adentro con el Señor en su propia barca (como Pedro).
- Procuremos cada día buscar un rato de encuentro con el Señor. Una mirada a Él cada día. Y junto a esa mirada, una pregunta: Señor, ¿qué quieres, hoy de mí?
- Busquemos cada día un rato para pensar en la gente. Una mirada a los demás (familia, entorno, compañeros de trabajo, vecinos…). Y junto a esa mirada, una pregunta: Señor, ¿qué puedo hacer yo hoy por los demás?
= Encontrándonos con Dios y encontrándonos con la gente, en actitud noble de escucha y de servicio, vamos a ser los más felices del mundo. Y el Señor nos quiere así: felices y atentos en todo y siempre a los demás.
Antonio Aguilera