1. Pregunta existencial
La mayoría de la gente andamos muy ocupados en multitud de quehaceres, de tareas, de trabajos… Quehaceres, tareas, trabajos que apenas nos dejan tiempo de pensar en profundidad, de pararnos ante los asuntos más esenciales de la persona. Nos absorben la profesión, la familia, los hijos, los mil detalles de cada día.
Pero, tarde o temprano, por un tiempo que dediquemos a la reflexión, por un golpe fuerte que nos llevamos, porque alguien nos para y nos abre los ojos, por lo que sea…, nos hacemos la pregunta clave de la vida: Y después de esta vida, ¿qué?; pasada nuestra muerte, ¿qué?
Y esto es profundo, bien profunda es la cuestión. Y nos viene bien pararnos en ello: las personas de hondura se han preocupado siempre de cosas hondas. Y aquí hay una. Una
- Que se han planteado los pensadores. Mil ejemplos podríamos aludir, un par de ellos me viene a la cabeza ahora: el gran filósofo y escritor nuestro, Miguel de Unamuno, buscó, sufrió y lloró por la respuesta; otro gran filósofo, Kierkegaard, veía en el hombre una grieta sedienta de infinito, un ser que se sabe inacabado y quiere plenitud.
- Y es asunto que nos planteamos las mujeres y hombres normales de todos los tiempos: sentimos que nuestra vida no puede tener término aquí, de tejas abajo… ¡Sería tan injusto y tan cruel!
Pues bien, en el evangelio y en la primera lectura de la Eucaristía de hoy se trata este asunto tan vital.
2. En el Evangelio
Acabamos de escuchar la pregunta de los saduceos, con sorna y burla, a Jesús (releerla); y la respuesta del Maestro.
Para comprender bien la conversación entre los saduceos y Jesús nos conviene mirar un par de cosas de aquella sociedad judía:
- Había una ley: el levirato (levir = cuñado). Si un hombre casado muere, sin dejar descendencia, su hermano ha de casarse con la viuda y darle hijos.
- Uno de los grupos de la época, los saduceos, negaban la vida futura, el más allá. No había nada después de la muerte.
Pues bien, con estas dos cosas de fondo, los saduceos según la escena del evangelio de hoy se acercan a Jesús, con aire de burla y mofa: Maestro, tras estar casada esta mujer con siete maridos (por la ley del levirato), en esa vida futura de la que tú hablas, ¿de cuál de los siete va a ser mujer?
Evidentemente se reían de la fe en el más allá, en la vida futura con Dios. También alguna gente de nuestro tiempo se ríe de esa fe, piensan que el único sentido de la vida es aquí, y, en consecuencia, viven confiándolo todo al presente: comamos y bebamos que mañana moriremos. ¡A vivir lo mejor posible aquí, que luego no hay nada de nada! Acaparamos para nosotros, explotamos al otro, pisoteamos a quien haya que pisotear… ¡y se acabó! ¡A vivir, que son dos días! (Asunto muy bien descrito en libro Sabiduría, 2, 1ss).
Jesús les revela que la vida del ser humano, la vida de cada uno de nosotros, es muy grande: tenemos un más allá. Un más allá distinto de lo que aquí vivimos, y ciertamente con un Dios que es Dios de vivos, porque para Dios todos están vivos. Dios de vida, y nosotros siempre vivos con Él y en Él.
3. Hay horizonte de grandeza futura para nosotros
Dios es Dios de vida. E igual que acogió en vida eterna a Abrahán, Isaac y Jacob, dice Jesús en el evangelio, nos acogerá a nosotros. Es Dios de vida, es Dios de vivos y nos quiere con Él para siempre.
Esta fe, esta seguridad en Él, nos empuja a afrontar las cuestiones del más acá con una fuerza y una responsabilidad totales:
- Los siete hermanos, junto con su madre, según la primera lectura, están dispuestos a entregar su cuerpo hasta la muerte porque es para ellos más grande la ley de Dios que las leyes del rey. Así aquellos mártires, y tantos mártires en la historia.
- Y ese más allá no nos acarrea el desocuparnos del presente. Al revés: a ese más allá, a ese encuentro con el Señor, nosotros queremos ir con las manos llenas de buenas obras, con el deber bien cumplido.
Para nosotros la vida tiene pleno sentido:
- En el más allá con Dios, que está garantizado, porque Él nos lo ha dicho y nos recibirá en sus moradas.
- Y aquí ahora tiene sentido también con Dios: aquí, ahora, también con Dios. ¿Cómo ha de ser la vida aquí con Dios? ¿Qué vemos en la actitud de los hermanos macabeos, los de la primera lectura? Vemos la actitud de la total entrega, disponibilidad para Dios y defensa de su fe.
4. ¿Cuál es la entrega que Dios nos pide a nosotros? ¿Cómo?
Nos pide hacer aquí lo que será el Reino de Dios allí, vivir ya aquí, con nuestras lógicas limitaciones, ese Reino de Dios.
Y se nos invita hoy a vivir la responsabilidad y la entrega sintiéndonos iglesia diocesana, que lo somos. Nuestra iglesia de Málaga sirve a mucha gente:
¡Gracias por tu tiempo, tu oración y tu ayuda económica para el bien de todos! (Cfr. pág 3, revista Diócesis).
Antonio Aguilera