1. Buenos y malos
Las tres lecturas de hoy son de una riqueza impresionante, así es la Palabra de Dios. Nos detenemos especialmente en dos, que indican el amor y la misericordia del Señor, porque: -llevan a ser criatura nueva,
-nos llevan a ser criatura nueva.
Y podemos arrancar de una cierta experiencia que tenemos todos: fácilmente nosotros dividimos a los demás en buenos y malos. E identificamos a unos y otros, clasificamos y… ¡tranquilos ya! Este es bueno, este es malo…
Actuando así no somos “amigos de la vida”, como lo es Dios: “Señor, amas a todos los seres… A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (1ª lec. Sab).
Actuando así, en vez de ser amigos de la vida somos amigos del desconocimiento de las personas, amigos de la moralina, del moralismo barato; actuando así somos, por lo menos, torpes, ingenuos y bastante simples.
2. La Palabra de Dios nos da mejor luz
Según nos dice hoy su Palabra, Dios es y se presenta de otra manera:
1ª lec:
- Es del libro de la Sabiduría, un libro optimista ante el mundo pagano,
helenista, en el que había que vivir. (Hoy también nos toca vivir en un mundo no religioso o poco religioso…, con muchos criterios paganos).
- El libro expresa la soberanía de Dios sobre todo: Señor del mundo
entero, amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho.
Eres el amigo de la vida, a todos perdonas, porque todos son tuyos.
= Es el pensamiento de la misericordia amorosa de Dios. Dios es el amigo de la vida, el que siempre perdona, el que nos considera suyos, el lleno de compasión por todos nosotros.
Ev:
- Y Jesús, el Señor, el Maestro, en el evangelio concreta esta actitud de
amigo de la vida, de perdón y compasión, con un gesto llamativo:
encuentro con Zaqueo, y llamada que le hace.
- Zaqueo es un “malo”, un mal visto: colaboracionista = traidor,
ladrón… Es recaudador del impuesto público, y más: “jefe” de
publicanos, jefe de los recaudadores para el enemigo, para Roma…
- El sistema de recaudaciones se subastaba, Zaqueo lo había conseguido:
luego era un pudiente. Jefe de publicanos y rico, dice el evangelista.
- Un buen judío no podía tratar con gente así. En varios textos (Lc 5,30; 7,34; 15,2; etc) se ve cómo la tradición judía indicaba que el trato con los publicanos (recaudadores del impuesto público) conllevaba impureza: No se podía tratar con ellos, ni entrar en sus casas…
- Jesús lo sabe, pero -conoce el corazón de ese hombre
-y quiere profundamente a toda persona.
Y en gesto solemne se para, levanta la vista… intercambio de miradas… y lo llama: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
La sorpresa debió ser mayúscula -para Zaqueo, el “malo”;
-para los que murmuraban, “ buenos”.
Es verdad que Zaqueo lo buscaba sin importarle lo que la gente pudiera pensar de él. Sabe que necesita una ayuda para ver a Jesús, porque por sí sólo no puede. Por su baja estatura, la gente se lo impedía; y él se sube a la higuera…
Hoy también mucha gente nos impide encontrarnos con Él, de forma más o menos directa, mediante comentarios, insinuaciones, burlas.
3. También nosotros andamos buscando al Señor
El ejemplo de Zaqueo supone para nosotros un cuestionarnos: ¿nos asemejamos a él? Jesús pasa por nuestra vida de múltiples formas, y hay momentos y circunstancias en los que podemos tener la seguridad de que él pasa por ahí cerca: ¿hacemos lo posible por verlo y acogerlo?
Aprendamos de Zaqueo, aunque seamos “bajo de estatura” espiritual, eso no significa que no podamos encontrarnos con Jesús. Aprovechemos las “higueras” que tenemos a nuestro alcance para poder verle mejor, sin que nos importe la opinión de los demás: la lectura y meditación de la Palabra, la Eucaristía, la oración, los sacramentos, la catequesis, los pobres…
El Señor también nos dice como a Zaqueo: hoy tengo que alojarme en tu casa. No nos conformemos con encontrarnos con él un rato al cabo de la semana. Abrámosle nuestra vida entera cada día, y además muy contentos. No le prohibamos la entrada, no mantengamos cerrado ningún aspecto de nuestra vida, para que nos transforme como transformó a Zaqueo.
En cada Eucaristía Jesús no se invita a nuestra casa, sino que nos invita a la suya. Nuestra Eucaristía es algo más que recibir, como Zaqueo, la visita del Señor. Es ser invitados por Él a entrar en comunión con Él mismo, que se ha querido convertir en nuestro alimento de vida. Cada vez sucede lo que sucedió en casa de Zaqueo: hoy ha sido la salvación de esta casa, hoy ha sido tu salvación.
Pero, a la vez, la Eucaristía es una escuela práctica en la que aprendemos a ser abiertos de corazón para con los demás. Imitando a ese Dios que quiere la salvación de todos, que no aborrece a nadie, que es amigo de la vida, y a ese Jesús que se alegra del cambio de vida de Zaqueo, nosotros, en nuestra celebración, al rezar y cantar juntos y, sobre todo, al participar juntos del Cuerpo y la Sangre de Cristo, sea cual sea nuestra raza, formación, edad y condición social, aprendamos a ser más comprensivos con los demás y a perdonar, si es el caso, lo que haya que perdonar.
Como nos pide hoy San Pablo (2ª lect.), oremos continuamente para que nuestro Dios nos haga dignos de la vocación y con su poder lleve a término todo propósito de hacer el bien y la tarea de la fe.
Antonio Aguilera