¿Esperanza perdida?
¿Ustedes han perdido la esperanza alguna vez? Probablemente sí, creo que es una experiencia que nos ocurre a todos… y en el tiempo actual, es frecuente:
- Tenemos una ilusión, y no acabamos de conseguirla…
- Queremos saber cuándo superaremos tal problema, y nada hay claro…
- Intentamos ayudar a alguien, y las circunstancias nos lo impiden…
Tras un esfuerzo grande en ocasiones llega la conclusión: “Aquí no hay nada que hacer”, “hemos perdido el tiempo”. Esto nos sucede en asuntos personales, en asuntos familiares, en situaciones de trabajo, en los cargos que tenemos, ante dificultades de importancia, en las crisis migratorias, etc. etc.
Esta pérdida de esperanza es la vivencia de los dos discípulos de Emaús, que tan bien nos retrata el relato del Evangelio que acabamos de escuchar y que tantas veces hemos meditado (Lc 24,13ss).
Cleofás –así se llamaba uno– y su compañero habían dejado hace un tiempo su pueblo, sus tareas allí, porque habían escuchado hablar de un maestro muy interesante…, de alguien que podría ser el líder que ellos creían necesitaba Israel… Dejaron sus cosas y se fueron con él. Pero aquello acabó en cruz, en muerte, en fracaso… Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves… ajusticiado en una cruz… y en un sepulcro… ¡Nada! Todas sus ilusiones y todas sus esperanzas se habían venido abajo, como un castillo de arena… Tristes y preocupados, sintiéndose derrotados, dejan el grupo de los discípulos y se vuelven para su pueblo, a Emaús, a unos 11 kms de Jerusalén.
Pero en el camino… la Palabra
En el camino hacia Emaús ocurrió una cosa muy buena: no se encerraron en ellos, conversaron con los demás, con otro caminante que por allí iba, le contaron la situación, compartieron con él su desesperanza. Exponen lo que han vivido últimamente, cómo están por dentro…
El caminante les habla con paciencia. Y ellos escuchan atentamente:
- ¿No será que os habéis equivocado al pensar en el Mesías? Esperabais un Mesías guerrero y triunfador, y el Mesías anunciado había de traer otros signos: la humildad de vida y la entrega total, hasta la cruz… Quizás habéis sido torpes para creer en el Mesías que anunciaron los profetas…
- Y así, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura, dice el evangelista.
En la escucha atenta a ese otro caminante lo van sintiendo familiar, notan que se despierta cariño hacia él, y ven que les va dando luz… Van recobrando la esperanza y reconocen luego que ardía nuestro corazón mientras él nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras. Su Palabra es una palabra que da vida, una Palabra con sentido, una Palabra con luz y fuego.
Aquella catequesis, aquella enseñanza del viajero acompañante les fue cambiando sus actitudes, los lavó y los encendió… Si en la última cena había lavado los pies, ahora lava los ojos de Cleofás y del otro discípulo. Y ellos van vislumbrando algo.
El signo del pan
Al llegar a la aldea, a Emaús, cuando llegaron a la casa, el caminante insinúa seguir adelante, seguir su ruta. Pero ellos habían recuperado la ilusión con él, se habían encariñado con el misterioso acompañante, y lo invitan, le insisten: Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. Quieren seguir disfrutando su presencia, se han hecho amigos… Por su palabra, su cercanía y su claridad en la enseñanza se han “convertido” a él.
El caminante, Jesús, se dejó querer… Cuando la samaritana, él tuvo sed de la sed de ella; ahora, con estos discípulos, él tiene hambre del hambre de ellos. Y se sientan los tres a la mesa, a compartir el pan: Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Y entonces a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.
Fue la resurrección para ellos. Y todo fue como una nueva celebración de la Eucaristía: la segunda.
A Cristo se le reconoce por su Palabra: abriéndole el corazón, escuchando bien su enseñanza y entrando en diálogo con él. Y se le reconoce principalmente por el signo del pan: la Eucaristía, el sacramento de la entrega y la resurrección: este pan partido es mi cuerpo entregado y ya resucitado.
El testimonio
Tras la escucha de la Palabra y la Eucaristía, ¿qué reacción tuvieron?
- Corriendo, con el corazón encendido vuelven a sus hermanos, al grupo, a la comunidad… Vuelven a la comunidad que habían dejado…
- Y lo anuncian: Contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
- Todos reconocen: ¡Era verdad! Ha resucitado el Señor y se ha aparecido…
Nosotros hoy: -Momentos de desesperanza, decía al inicio…
-Pero: -Escuchamos a Cristo, que nos habla en el caminante…
que nos transmite su Palabra…
-Compartimos su pan.
-¡Vamos corriendo, con corazón encendido, a anunciarlo!
Antonio Aguilera