1. Evangelio en defensa de la mujer
Acabamos de escuchar un relato del evangelio de Mc en el que hemos observado una discusión entre Jesús y unos fariseos, discusión que arranca con una pregunta de los fariseos a Jesús: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? El tema, por tanto, trata del divorcio.
Para entender correctamente la discusión y la aportación que hace Jesús, hemos de entender bien esto, trasladándonos a la situación social y cultural que vivían, en el siglo I, el hombre y la mujer como pareja.
En este asunto, lo que más hacía sufrir a las mujeres de aquel siglo I era su sometimiento total al varón dentro de la cultura patriarcal en la que estaban: de solteras, sometidas por completo al padre; de casadas, sometidas por completo al marido: el marido podía incluso repudiar a su mujer abandonándola a su suerte: tenía el esposo ese “privilegio”; y la mujer no tenía ningún derecho: ni para elegir a su esposo, ni para decidir ya de casada.
Los maestros de la ley discutían sobre los motivos que justificaban la posible decisión del esposo, que él sí tenía todo el derecho. Había como dos corrientes de opinión, como dos escuelas:
- Los de la escuela del rabino Shammai, los seguidores de Shammai, decían que sólo se podía despedir, repudiar a la mujer por caso de adulterio: porque ella hubiera cometido adulterio.
- Los de la escuela del rabino Hillel, los seguidores de Hillel, eran mucho más amplios: se podía repudiar a la mujer por cualquier cosa que hiciera ella, considerada “desagradable” a los ojos de su esposo.
= Los rabinos discutían la ley, el varón seguía esos criterios y, mientras tanto,
la mujer no podía levantar la voz ni decidir nada, no tenía ningún derecho.
En este contexto de vida, le preguntan a Jesús: ¿Puede un hombre repudiar a su esposa? Y su respuesta desconcertó a todos; las mujeres no se lo podían creer. Según Jesús en el proyecto original de Dios el matrimonio no era un matrimonio dominado por el varón, sino que Dios creó al hombre y a la mujer para que los dos fueran una sola carne (Gn 2,24): es decir, un matrimonio donde los dos están llamados a compartir por igual el amor, su intimidad y su vida entera; con igual dignidad, comunión total, en complementariedad (1ª lect).
Según Jesús, Dios quiere una vida digna, segura y estable para esas esposas que estaban sometidas a la decisión arbitraria de su marido.
= Esto era muy fuerte, y era una gran defensa para aquellas mujeres del
tiempo de Jesús.
2. El divorcio hoy
El texto del evangelio leído hemos de entenderlo así, en su tiempo, pero sí que también es cierto que nos encontramos actualmente el asunto del divorcio, digamos en clima de igualdad entre hombre y mujer. ¿Cómo situarnos ahí?
Es cierto que hay separaciones, rupturas, por no cultivar bien el amor sembrado, por frivolidad, por exponerse constantemente al peligro, por jugar con fuego, por jugar con el gran don que es el amor. Ahí poco tenemos que hacer; ahí, dicho con mucho dolor, “falta persona sensata”.
Pero sabemos, lo vemos todos los días, que también hay rupturas de personas sensatas, maduras, y que han luchado por su matrimonio; personas que viven la ruptura como algo muy crudo y muy doloroso. Ahí hemos de reflexionar mucho como cristianos personalmente y como iglesia entera. Tras el Síno de la Familia (2014-2015), en 2016 (19-marzo), el papa Francisco nos ofreció su exhortación apostólica Amoris Laetitia, La alegría del amor. En este documento tenemos buenas orientaciones para caminar.
3. Por tanto, fieles a la doctrina de la Iglesia, hemos de decir:
1 Hay un principio clave en la Sagrada Biblia y en nuestra fe: la indisolubilidad del matrimonio, el matrimonio cristiano es indisoluble (1ª lec. y mandato de Jesús en el Ev). Hombre y mujer unen su vida para siempre, con igual dignidad en ambos, en comunión y complementa-riedad. Es el plan de Dios, y nosotros hemos de acrecentar ese gozo de vivir juntos, con una pastoral familiar en la que:
- Insistamos en hablar de algo que hoy olvidamos mucho: la fidelidad. Hablemos de la fidelidad, trabajemos la fidelidad, forjemos fidelidad.
- Cultivemos el amor: el amor no es semilla que se siembra y se deja luego: necesita el cuidado de cada día como algo esencial, fundamental.
- Fomentemos en la pareja el diálogo, la generosidad, el sacrificarse el uno por el otro, la nobleza. Perdón, permiso, gracias, tres palabras claves.
- Y demos siempre mucho valor a la vida ordinaria, a lo sencillo de cada día, a esas alegrías, esfuerzos y sufrimientos compartidos en cada jornada
2 Y, desde luego, en el caso antes dicho de personas sensatas, maduras, y que han luchado por su matrimonio y ese matrimonio se rompe:
- Hemos de buscar solución, como Iglesia” madre”, porque ahí hay personas muy heridas (esposo, esposa, hijos).
- Y hemos de estar a su lado con comprensión y con cercanía. Dejemos el rigorismo a un lado y no tengamos nunca actitudes de condena. Y facilitémosles que sean buenos padres: que sus hijos no sufran las consecuencias. El gran río de la misericordia tiene que llegar ahí, hemos de ver cómo.
3 Y más: hemos de abrir mente y corazón, atendiendo bien, a todo tipo de familias hoy: separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados vueltos a casar, familias monoparentales, matrimonios civiles, parejas en convivencia, etc. Convencidos de que Dios está en este proceso. ¡Habrá luz! ¡Y tendremos su gracia para caminar bien!
3. Oremos por las familias, todas las de hoy. Y por sus acompañantes.
Antonio Aguilera