1. Sorprendentes palabras de Jesús
Acabamos de escuchar en el relato del evangelio proclamado unas palabras de Jesús a sus discípulos a primera vista realmente desconcertantes:
- He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!
- ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
Según él mismo, él no ha venido a traer paz sino guerra y fuego: es lo que nos es posible entender, al menos a primera vista.
Como mínimo nos resulta desconcertante esta manera de hablar. Además, ¿cómo conjugar estos dichos con aquellos otros que también encontramos en el evangelio del mismo evangelista, de Lucas:
- Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres (Lc 2,14), cuando el nacimiento de Jesús en Belén.
- La paz con vosotros (Lc 24,36), saludo de cuando la aparición a los apóstoles.
[Igualmente nos dice el evangelista Juan, Jesús a los discípulos y a Tomás dijo y repitió Paz a vosotros (Jn 20,19.21.26)].
Ciertamente una clave acertada para entender este modo de hablar de Jesús hoy está en otra expresión suya que nos ofrece el evangelio de Juan en el rato de intimidad de Jesús con los discípulos tras la última cena:
- La paz os dejo, mi paz os doy; pero no os la doy como la da el mundo (Jn 14,27).
= El mundo da y habla de una paz, y Jesús da y habla de otra.
2. La paz del mundo
Hay una paz que es tranquilidad simplemente, que puede incluso conllevar al sometimiento callado de unos a otros.
Hay una paz que es simplemente armonía externa, no tocar ningún tema discutible para no discutir… Es la paz perezosa, hecha de compromisos superficiales, utilizada para vivir en comodidad… Ejemplo de esto puede ser la paz que, a veces, se mantiene en algunas reuniones familiares: no se habla de tales cosas y… todos en paz.
Promover este tipo de paz sería buscar una falsa paz. Y en nuestro caso de discípulos de Cristo sería conjugar nuestra fe con las opciones de moda o de estadística o de acuerdos políticos… Sería la paz de un cristianismo light, de un cristianismo que comulga con todo: todo está bien, todo es normal… ¡y todos contentos!
Una paz así es, sencillamente, un engaño.
3. La paz de Cristo
La paz auténtica, la paz que proclama y da Cristo, está cimentada sobre la honradez, la verdad, el servicio desinteresado, la entrega, la lucha por el más débil, la búsqueda de la justicia. Si hay justicia, hay paz; si no, imposible.
Esta paz acarrea sacrificio y cruz. El profeta Jeremías (1ª lectura), buscando la verdadera paz para su pueblo fue acusado de traidor por los dirigentes de Judá, que no querían escuchar la verdad y se conformaban con vivir cómodamente ellos:
- Muera ese Jeremías… dijeron al rey. Y Jeremías fue arrojado a un aljibe para que se hundiera en el fango. Quisieron matarlo…
Y trabajar por esa paz verdadera acarrea a veces división incluso dentro de una misma familia… Suele ocurrir…
Y proclamar y trabajar por esa paz, por relaciones de fraternidad, justicia y amor, llevó a Jesús a la cruz. Él es el gran testigo que nos propone la carta a los Hebreos (12,2-3):
- Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz… Recordad que soportó la oposición de los pecadores y no os canséis ni perdáis el ánimo…
4. La paz de Jesús se construye con fuego
Cuando Jesús habla de “prender fuego” (He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!), no habla del fuego que devasta los bosques, sino
- del fuego del amor decidido, de la entrega apasionada, como la suya.
- Es el fuego del Espíritu, que dio a los discípulos en Pentecostés y que transformó completamente a aquel grupo.
- Es el fuego de la Palabra de Dios, que nos cala, nos caldea, nos da luz y nos orienta.
- Es el fuego que se nos infunde ahora cuando celebramos la Eucaristía y comulgamos.
Y con ese fuego escucharemos en breve: podéis ir en paz.
Sí, con ese fuego verdaderamente iremos a la vida a construir la verdadera paz que Dios quiere entre los hombres, la paz cimentada en la honradez, en la justicia y en la verdad.
Antonio Aguilera