1. Dos relatos en contraste
Dos expresiones y dos imágenes en contraste, expresiones e imágenes muy habituales, nos dan luz hoy: cerrados a cal y canto – abiertos de par en par.
Cerrados a cal y canto
Empieza el relato del evangelio de Juan que acabamos de proclamar, diciendo que aquel domingo “estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas -cerradas a cal y canto-, por miedo a los judíos”.
Era razonable: después de ver lo que habían hecho con Jesús, era lógico que los discípulos de Jesús estuvieran bien preocupados por lo que podría sucederles a ellos: vendrían también a por ellos.
Y más razonable todavía puesto que ellos aún no estaban del todo conven-cidos de la resurrección, habían escuchado algo, visto algo, pero…
Abiertos de par en par
En contraste con esta actitud, vemos que en la 1ª lectura Lucas nos presenta un panorama bien distinto: los discípulos, poco después, dan testimonio públicamente de la resurrección de Jesús, con mucho valor, y en la misma ciudad, Jerusalén. Ya no están encerrados, sino que, abiertas las puertas de par en par, se han lanzado a la calle y manifiestan que Jesús está vivo.
Entre un episodio y otro, ¿qué ha pasado? Algo grande ha ocurrido que los ha hecho cambiar radicalmente.
2. “No seas incrédulo sino creyente”
La diferencia entre un momento y otro, entre lo que nos narra un relato y lo que nos narra el otro, es la fe. La diferencia está en la fe: antes no se lo creían y ahora, por fin, se han convencido y creen en la resurrección. Ahora creen y se fían de Jesús, al que reconocen y confiesan como Hijo de Dios.
Tomás, según el relato del evangelio escuchado, al inicio, no creía. Otros discípulos estarían igual que él. Pero tras la vivencia de que Jesús llega adonde están, le muestra las manos con las cicatrices y le invita a meter la mano en su pecho, Tomás cree: ¡Señor mío y Dios mío!
Y a partir de esa fe en Jesucristo Resucitado, la historia de Tomás cambia, y la de los demás discípulos también: de hombres encerrados, con las puertas cerradas a cal y canto, pasan a ser hombres que viven de par en par, con sus puertas y su vida abiertas de par en par, y proclamando el mensaje del evangelio, aún en ámbitos difíciles y complicados: hasta en medio de los enemigos y en la ciudad donde el Maestro fue crucificado.
3. La dicha de creer
El cambio de actitud de los apóstoles los colmó de felicidad.
Juan deja constancia de que, al presentarse Jesús, desearles la paz –Paz a vosotros– y mostrarles las heridas en pies y manos, “lo reconocieron y se llenaron de alegría”. Y esa alegría les dio ya una fuerza enorme:
Fuerza para proclamar el evangelio con su palabra
Fuerza para proclamar el evangelio, con el dato de la resurrección de Jesucristo a todas las gentes y en todas partes, comenzando incluso por el lugar más difícil en la ocasión, por la misma ciudad de Jerusalén.
Allí “los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor” (1ª lectura, Hch 4,33).
Fuerza para proclamar el evangelio con su vida
Los apóstoles y aquellos primeros creyentes “lo poseían todo en común, y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Ninguno pasaba necesidad… Lo que tenían se distribuía según lo que necesitaba cada uno”.
La fe en Cristo Resucitado les transforma por dentro y les cambia en sus expresiones externas, en sus formas de vivir: lo ponían todo en común…
¡Bendita sea esa fe! La dicha de creer. Dicha de creer que transforma la vida.
4. Y esa dicha de creer la tenemos nosotros, en la misericordia del Señor
Hoy es Domingo 2º de Pascua, o Domingo de la Divina Misericordia.
Somos bienaventurados todos los que estamos aquí, porque hemos recibido el don de la fe, creemos: creemos con profundo gozo en Cristo Resucitado; también nosotros hoy, como Tomás, decimos ¡Señor mío y Dios mío! Y en Cristo Resucitado experimentamos la misericordia de Dios.
Y esa fe, con la que Dios, en su divina misericordia, nos ha bendecido, nos lleva a vivir en honda y profunda misericordia para con los demás: ¡Qué bien nos lo expuso el papa Francisco en su bula Misericordiae Vultus cuando en el 2015 nos convocó a toda la iglesia a un año jubilar –Jubileo Extraordinario de la Misericordia- año jubilar que estará siempre en nuestro recuerdo!
En el escrito de convocatoria, en aquella bula, Francisco nos dice que “La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debe estar revestido de la ternura […] nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia” (MV 10).
Por tanto, hermanos,
– Demos hoy muchas gracias a Dios: por su misericordia tenemos fe.
– Reconozcamos, sintamos y disfrutemos la misericordia de Dios…
– Y vivamos y acrecentemos la misericordia entre nosotros…, de manera
especial con quienes más la necesitan… ¿Quiénes son en mi entorno?
Antonio Aguilera