Domingo de la Divina Misericordia
La Palabra de Dios proclamada
Nos ofrece la liturgia de hoy, en este tiempo de Pascua, en este segundo Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, un evangelio que es un hermoso relato de aparición de Jesús a sus discípulos. Aparición en la que se mezclan
- Por una parte: el miedo de los discípulos todos y la pertinaz increencia de Tomás.
- Y por otra: el empeño de Jesús por conducirles a la fe para que tengan vida plena y reciban el Espíritu que los acompañará en su misión apostólica.
No sabemos con exactitud dónde fue esta aparición: según Lucas, parece que en Jerusalén; según Juan, Marcos y Mateo parece que en Galilea, adonde el sábado ya o el domingo se habrían marchado la mayoría de los discípulos.
Tampoco sabemos el momento, la ocasión exacta.
Pero sí sabemos que esta aparición se llevó a cabo y sí conocemos sus efectos. Fijémonos bien:
Evangelio (Jn 20,19-31)
Juan nos muestra cómo estaban los discípulos tras la muerte de su Maestro, tras la muerte del Señor: “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. ¡Vaya grupo de discípulos, vaya grupo de evangelizadores! ¡Se habían inscrito en el club de los cobardes!… Pero era comprensible el encerramiento: “en el fondo ahora ellos eran un grupo de hombres aterrados ante el posible acoso de los enemigos que, probablemente, no habían quedado saciados con la muerte de Jesús” (J. L. Martín Descalzo, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, III,401) y que podían venir también a por sus discípulos.
En la escena vemos que llega Jesús, Jesús Resucitado, se hace presente en medio de ellos, ¿y qué dice? Dice así:
- “Paz a vosotros”: un saludo, “Shalom” = ¡Os deseo todo lo mejor, lo más grande, la felicidad plena! El saludo judío de plenitud.
- “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”:
¡Nada de encerraros, nada de cobardías!… ¡A salir a fuera, a ir a la gente, a ir a los demás! A llevar alegría, ilusión, vida, esperanza… a todos y por todas partes… Lo que he hecho yo, así os envío a hacer vosotros…
- “Recibid el Espíritu Santo”.
Para acrecentar la fe, para tener paz profunda, para ir enviados por Jesucristo a todas las gentes, “recibid el Espíritu Santo”.
= Es decir, vosotros tenéis una gran misión, pero vosotros solos, con solo vuestras fuerzas no podéis… sois incapaces… Se ve con claridad: ¡estáis encerrados y llenos de miedo! Ahora bien, con el Espíritu Santo –nos dice a nosotros hoy-, ¡seréis criatura nueva, seréis mujeres nuevas y hombres nuevos! Gente con ánimo, con fuerzas, con empuje, con ganas…
Y viene luego una segunda parte en el relato, porque en la ocasión dicha hasta ahora no estaba Tomás con el grupo, estaba ausente, y él va a ser el representante de la resistencia a la luz: no le ha convencido lo que le han dicho del sepulcro vacío, ni lo de los de Emaús, ni lo que ahora le dicen. Él quiere “ver y tocar”, y Jesús, en su divina misericordia para con todos, se deja ver y tocar:
Jesús se adecua a él. A los 8 días se aparece de nuevo, y lo llama:
- “Ven Tomás, trae tu dedo, mételo en la llaga; trae tu mano, métela en mi costado”.
Frente a la pertinaz increencia de Tomás, es más fuerte la cariñosa misericordia de Jesús. Y Tomás, deslumbrado por fin, cae de rodillas:
- “Señor mío y Dios mío”.
De aquel pobre Tomás, Jesús ha sacado el acto de fe más hermoso que conocemos: nadie le había dicho antes a Jesús Dios mío.
Y Jesús avanza más todavía su generosa propuesta: Dichosos los que crean sin haber visto. Es la última bienaventuranza. Bienaventuranza en la que estaba incluida María y en la que estamos todos nosotros, sus discípulos de hoy.
Creemos sin haber visto, por gracia del Señor; y esta fe nos lleva a:
1ª lectura, Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 42-47)
De aquellos hombres acobardados y encerrados, ¿qué fue después?
Salían a todas partes, contaban a todas las gentes lo de Jesús y hacían que la gente viviera de una forma muy especial, muy bonita, muy grande…
- Escuchaban la enseñanza de los apóstoles. Aprendían el Evangelio.
- Lo tenían todo en común: lo repartían todo entre todos, según las necesidades de cada uno… Compartían sus bienes…
- Eran constantes en la fracción del pan y en las oraciones: celebraban la Cena del Señor, la Eucaristía; y oraban juntos.
Nosotros hoy: llamados, capacitados e impulsados
Todos nosotros, hoy, estamos llamados e impulsados a lo mismo: abrir las puertas de par en par a Dios, enraizados profundamente en él –Señor mío y Dios mío–, y renacidos de nuevo –2ª lec (1ª Pd 1,3-9): En su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo, el Padre Dios nos ha hecho nacer de nuevo–, ¡vamos a llevar el mensaje de salvación por todas partes!
Y con María, la Madre, que supo y sabe acompañar siempre a sus hijos…
Antonio Aguilera