Dos montes y dos personajes orando
Contemplando serenamente la Palabra que Dios nos dirige hoy, observamos a dos personajes y dos montes: Elías, en el monte Horeb; Jesús, que subió al monte a orar.
Ambos personajes, Elías y Jesús, se encuentran a solas con Dios en un tiempo de silencio, como en un tiempo de retiro.
La primera lectura que hemos escuchado es del capítulo 19 del libro 1º de los Reyes. Un poco antes, a mitad del capítulo 18, se nos narra que el profeta Elías, fiel defensor de la fe en Yahvé, erradica las idolatrías que daban culto al ídolo Baal. La reina Jezabel era seguidora de Baal y se propone dar a muerte al profeta Elías. Elías tiene que huir, perseguido y amenazado. En su dura huida en ocasiones pierde el ánimo, pero ha de seguir huyendo y buscando sentido a su vida…
En esta situación sube al monte Horeb. Allí escucha la voz del cielo:
–Sal y aguarda al Señor, que el Señor va a pasar.
Y ocurren tres momentos: un viento huracanado, un terremoto y un fuego. Podríamos decir, es la violencia de la vida, el barullo de los acontecimientos…
Y sucede un cuarto momento: se escuchó un susurro, como una brisa suave… Y allí estaba el Señor.
Tras encontrarse con el Señor, Elías recobra el ánimo, retoma la misión de que Dios le ha encomendado y será el gran modelo de los grandes profetas.
En el relato del evangelio, el evangelista Mateo nos habla de Jesús que, tras haber dado de comer a cinco mil personas con cinco panes y dos peces, despide ahora a la gente y
–Subió al monte para orar y, llegada la noche, estaba allí solo…
En la ocasión, Jesús es admirado, aplaudido, seguido…, hay barullo en torno a él… Y necesita retirarse e irse al monte, a solas, a orar… Lo busca…
Tras esa oración a solas con el Padre, hará luego el milagro de salvar a sus discípulos, zarandeada la barca a mitad de la noche en medio del lago.
¿Y nosotros en nuestra sociedad hoy?
En nuestra vida también están, hermanos, lo sabemos muy bien, lo experimentamos cada día: el barullo, las prisas, la adoración a los ídolos, los ruidos, el vivir en el sensacionalismo… Nos atenaza el vivir de exterioridad y de superficialidad…
Vivir de sensaciones: la noticia normal no importa, no se dice… El cariño de los abuelos, matrimonios bien avenidos, padres que educan bien a sus hijos, hijos que aprenden y son responsables… Es lo que más hay, y apenas se dice.
El escándalo y la ruptura de un matrimonio, el pecado de un sacerdote, el robo y la evasión de dinero, los insultos… es lo que siempre se airea y en ellos, diaria y machaconamente, se insiste…
Vivir en el candelero: ¡Cuánta gente busca el aplauso, que le hagan reverencia, las distinciones, las medallas!… Quienes así viven, son exaltados.
Pasar desapercibidos, haciendo honradamente la tarea… quienes buscan este camino y así viven, son la mayoría… Pero casi siempre son silenciados.
Vivir en el ruido: La moto, a toda pastilla; la música en el coche, a todo volumen; la voz, bien alzada por todas partes; los gritos…
Un mundo de sensacionalismo, de exaltación de las pasiones, de ruidos… no lleva nunca a la reflexión, a la hondura, a la paz, a encontrase uno consigo mismo, a encontrase con Dios, a mirar cariñosamente a los hermanos.
Un mundo así es la barca zarandeada en medio del lago
Vivir en las sensaciones, en el ruido, en las prisas, en la violencia, en el insulto, en la mentira, en el aplauso buscado… es hoy la barca zarandeada en medio del lago… Y da miedo… Nos ocurre como les ocurrió a los discípulos en la noche de la tempestad que narra el evangelio:
Les faltaba la paz a aquellos discípulos y temían hundirse. Pero
–De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua… y les dijo:
¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
En mitad de las dificultades y del miedo, Jesús se hizo presente entre los discípulos, y los salvó de la crudeza de la noche, del viento huracanado, de hundirse en las aguas…
Ese mismo Jesús se hace presente ahora entre nosotros, a través de su Palabra, que es Palabra de Dios; y en la Eucaristía, que es su cuerpo y su sangre, su presencia real siempre a nuestro lado. Por tanto, nosotros hoy:
-Tengamos la petición de Pedro: Señor mándame ir a ti… Señor, sálvame.
-Sintamos la actitud de Jesús: Jesús extendió la mano y lo agarró.
–Postrémonos con los discípulos y digamos: Realmente eres Hijo de Dios.
María nos acompaña en el zarandeo de la vida
Y que María, la Madre, que vivió en la sencillez, en la humildad, con la confianza puesta siempre en Dios en mitad de todas las dificultades, nos ayude a caminar con ella hacia su Hijo, y con su estilo.
Antonio Aguilera