Dificultad y espontaneidad
Hemos escuchado muy bien el comienzo del evangelio que hoy nos ofrece la Palabra de Dios, dice así la primera frase: Al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto.
Como es sabido por la historia (Mt 14,1-12), Herodes se había quedado con Herodías, la mujer de su hermano Filipo; Juan le denunciaba aquella situación ilícita y Herodes mandó detener y encarcelar a Juan, al que luego, tras la fiesta en la que bailó la hija de Herodías y a petición de ésta, acabó decapitando. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús (Mt 14,12).
Jesús se entera así de la muerte de Juan el Bautista, al que admira como profeta, como hombre fiel y honrado y del que el mismo Jesús dice que es el hombre más grande nacido de mujer (Mt 11,11).
Evidentemente por aquellos días, en el entorno de Jesús aparecen la dificultad e incluso la persecución y la muerte: Juan encarcelado y decapitado. La reacción primera y espontánea de Jesús, al saberlo: se marchó de allí, a solas, a un lugar desierto.
Razones: ¿El dolor? (son parientes y lo aprecia); ¿el reflexionar y repensar?; ¿el pedir fuerzas al Padre para continuar la misión? No sabemos con exactitud… Pero sí es cierto que nos encontramos con la dificultad y con la espontaneidad de “retirarse”.
Sin embargo, continúa el relato del evangelio: además de la dificultad y la espontaneidad de retirarse, también está la gente que lo supo y lo siguió por tierra desde los poblados; de tal forma que al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Y, posteriormente, acabó dándoles de comer a todos.
Está la dificultad… está el intento de retirarse… pero está la gente que lo necesita y Jesús quiere vivir para ellos…
¿Y en nosotros?
En nuestra vida también están, hermanos, lo sabemos muy bien, lo experimentamos cada día: el cansancio, las dificultades, la edad, los golpes… Y uno a veces tiene la espontaneidad de decir “me retiro”, “lo dejo todo”… ¿No os ha pasado muchas veces?
Pero igual que a Jesús se le habían metido muy dentro el hacer la voluntad del Padre y el servir a la gente, también a nosotros se nos ha metido muy dentro Cristo, el Señor, y podemos decir como Pablo (2ª lectura, Rm 8): ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución, ¿el hambre?, ¿la desnudez, ¿el peligro? ¿la espada? … Nada podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Y ya, a partir de esta vivencia, dos cosas muy claras en nosotros
Y porque se nos ha metido dentro Cristo, tenemos ya dos cosas claras:
1. Él es la fuente verdadera, el manjar que alimenta (1ª lec. Is 55)
“Oíd sedientos todos, acudid por agua… comed sin pagar vino y leche de balde… ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?… Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis”, dice el profeta, voz de Dios.
A veces buscamos otros alimentos: placeres, tener cosas, bienestar…Y vemos que todo eso pasa muy pronto, no alimenta de verdad. ¡Volvamos al Señor! ¡Vayamos siempre al verdadero alimento! La eucaristía, la oración, el servicio a los demás… Vivir así, sí que es invertir bien nuestra vida…
2. Los demás, hermanos nuestros, están ahí y nos necesitan
Son hermanos cansados a veces, agobiados, necesitados muchos de ellos, y a quienes Jesús nos dice: miradlos…, curadlos…, dadles de comer…
Según el evangelio recién proclamado: al desembarcar vio Jesús el gentío, se compadeció y curó a los enfermos.
Tengamos nosotros la misma mirada de Jesús: mirada personal, compasiva, cariñosa y cercana. Y mirándolos así, sentiremos la voz de Jesús que nos dice, como aquel día a los apóstoles: dadles vosotros de comer.
Pero ¿cómo, Señor? ¿Qué puedo hacer yo? Si yo no tengo nada, si no puedo nada… Cinco panes y dos peces… nada más, insignificante para tantos…
¡Es posible! El Señor sabe multiplicar. Pongamos tú y yo, cada cual de nosotros, los pocos panes y los escasos peces que tenemos, generosamente… Y Jesús supo hacer el milagro… y sabe hacer el milagro…
En conclusión
- Bebamos de la fuente verdadera y busquemos el alimento que sacia (Is).
- Convenzámonos de que nada puede apartarnos del amor de Cristo (Pablo).
- Y así, vayamos siempre a servir a los demás, que el Señor multiplica lo poco nuestro para bien de todos (evangelio).
- Y en toda esta andadura nuestra, María es la Madre…, que nos acompaña, que nos lleva a su Hijo.
¡Santa María de la Victoria, camina con nosotros!
Antonio Aguilera