Deseo común
Un deseo nos acompaña a todos mientras vivimos: ser felices.
Según las etapas de la vida, lo expresamos de formas diversas, pero todos y siempre deseamos lo mismo: la felicidad. ¿Verdad que sí?
Sn embargo normalmente la felicidad está como algo escondida, y hemos de ahondar para encontrarla; y, desde luego, no está en lo bullanguero, en lo superficial, en el jolgorio…
Para que vivamos bien este deseo común, tres parábolas nos ofrece hoy la Palabra de Dios.
En los dos domingos anteriores, los relatos del evangelio, el “discurso en parábolas” (cap 13 de Mateo), han respondido a tres preguntas que se hacía la antigua comunidad cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:
1) ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? (parábola del sembrador).
2) ¿Qué hacer con quienes no lo aceptan? (el trigo y la cizaña).
3) ¿Tiene futuro esta comunidad tan pequeña? (grano de mostaza y levadura).
Y quedan todavía otras preguntas por plantear y responder:
Esto del Reino de Dios, ¿vale la pena?
A esta pregunta responden hoy dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el desarrollo y con gran parecido en las imágenes. Se las conoce como las parábolas del tesoro y la perla. En ambos casos:
a) El protagonista descubre algo de enorme valor: un tesoro, una perla.
b) Con tal de conseguirlo, vende todo lo que tiene.
c) Compra el objeto deseado.
Pero tb hay curiosas diferencias entre las dos parábolas, mirando a los protagonistas podemos decir que uno es el suertudo y otro es el concienzudo:
El protagonista de la primera es un hombre con suerte. Mientras camina por el campo, encuentra un tesoro. Su primera reacción es ponerlo a buen recaudo y que nadie se lo pueda quitar. Repuesto luego de la sorpresa, lleno de alegría, decide apropiarse del tesoro legalmente. Para ello ha de comprar el campo. Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo compra.
El protagonista de la segunda parábola es muy distinto: es un comerciante concienzudo que va en busca de perlas de gran valor. No encuentra la perla por casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador él, hace lo que lógicamente es más oportuno: vende todo lo que tiene para comprarla.
La situación quiere explicarnos la experiencia inicial de cuando cada cual decidió seguir a Jesús: unos encontraron ese tesoro de la fe de forma puramente casual, y descubrieron que merecía la pena renunciar a todo. Otros descubrieron la perla fina tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa; y también éstos decidieron renunciar a lo que tenían, venderlo, y adquirir lo encontrado.
Ambas parábolas, desde luego, nos infunden mucha ilusión: todos nosotros hemos encontrado lo más grande que se puede tener, al mismo Jesucristo, su Reino. Y ambas parábolas nos enseñan algo muy importante: por el Reino de los Cielos, hemos de dejar todo lo demás que tengamos.
¿Qué ocurrirá a quienes han encontrado el Reino de los Cielos y no viven de acuerdo con ello?
A esta última pregunta responde la parábola de la red lanzada al mar, y trae una respuesta dura: «a los malos los echarán al horno encendido». Es decir, ante el tesoro que hemos encontrado, ante la perla fina con la que ya contamos, tenemos una gran responsabilidad:
- Yo he de hacer buen uso de eso que Dios ha puesto en mis manos.
- Y yo he de acrecentar y compartir eso con toda la comunidad.
Si me he encontrado con el Reino de Dios, ¿para qué quiero todo lo demás? ¿Para qué quiero el dinero, el poder, la ostentación, las vanidades de este mundo?
Si me he encontrado con el Reino de Dios, con Jesucristo, yo tengo que vivir de acuerdo con los valores que Jesucristo propone y por los que da la vida. Y ahí entran la honradez, la buena profesionalidad, el servicio, la entrega…
En resumen: el vivir sabiamente.
Vivir sabiamente, ¿cómo?
Por lo pronto, como un buen padre de familia, como un hombre sensato, como un hombre sabio que entiende del Reino de los Cielos y va sacando en cada momento lo que es oportuno, nos acaba de decir el evangelio:
- ¿Qué he de poner yo hoy, oportunamente, para vivir según Jesucristo me pide? Cada cual hemos de pensar y… ¡seguro que tendremos respuesta!
Y, desde luego, con la sabiduría de Salomón, que se nos propone como modelo en la 1ª lectura (1 Re 3, 5ss):
- Le ofrece Dios a Salomón que le pida lo que quiera…
- ¿Y qué pide Salomón: grandezas, riquezas, poder? ¡No!
Pide un corazón dócil para llevar a cabo bien lo que ha de hacer.
¡Que el Señor nos conceda la alegría de saber el tesoro que tenemos!
¡Que el Señor nos conceda el responder bien del tesoro que Él nos regala!
¡Que el Señor nos conceda vivir sabiamente y con un corazón dócil!
Antonio Aguilera