La Palabra de Dios hoy nos orienta especialmente en dos temas:
- La hospitalidad: la vemos en la 1ª lectura, aquel matrimonio que da exquisita acogida al profeta Eliseo que llega a su casa; y en el evangelio, en el que Jesús declara que quien recibe a un discípulo suyo, lo recibe a él mismo; y quien da de beber un simple vaso de agua tendrá buen premio.
- La radicalidad del seguimiento de Cristo: Cristo a quien quiere seguirlo, se lo pide todo, no caben las medias tintas.
Por razón del tiempo, nos centramos ahora solo en este segundo aspecto.
Sorprendente radicalidad que nos pide Cristo
El evangelio recién escuchado (Mt 10,37-42) es la parte final del segundo de los grandes discursos que Mateo pone en labios de Jesús para recoger su mensaje (Mt tiene 5 grandes discursos, como sabemos). Esta perícopa de hoy, en su primera parte, puede parecernos dura, extraña, excesiva…
- El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.
- El que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí.
Bien, en realidad lo que viene a decirnos el evangelista con esas expresiones es que el discípulo de Jesús ha de estar dispuesto a seguir al Maestro con todas las consecuencias… y por encima de todo… Ya en el A.T se decía Amarás al Señor sobre todas las cosas (mandamiento 1º).
Es decir, si soy cristiano para rezar, celebrar el culto, ciertas limosnas… pero me reservo, sin entrega total, tal cosa, tal otra… tales aspectos de mi vida… ¡No vale! Sería, como dice el refranero, “nadar y guardar la ropa”… ¡Y así no se nada bien!
Y nosotros, discípulos de Cristo, hemos de vivir la convicción total y la completa grandeza de aquello que decía Santa Teresa: Solo Dios basta.
Según estas expresiones del evangelio de hoy –posiblemente dichas en distintos momentos y reunidas aquí por el evangelista- hay dos condiciones, dos exigencias principales para el seguimiento de Jesús como buenos discípulos:
1ª) Negarse a sí mismo, perder la vida por Cristo
En la mentalidad nuestra actual puede sonar muy duro eso de “negarse a sí mismo”: “perder la vida por Cristo”, “querer a Dios más que al padre o a la madre”… Estamos en tiempos en que la filosofía ambiental, el pensamiento light habla de “mi realización personal”, de “mi bienestar”, de “mi calidad de vida”, de “necesito mi espacio”… En definitiva: “yo, para mí”…
Bien, pero es que gastar mi vida por Cristo, ese “negarse” y la realización personal, la felicidad personal, ¿se oponen? Más bien al revés.
Cuando lo pensamos despacio, sabemos muy bien que, para realizarnos como personas, para ser felices, para tener calidad humana auténtica
-Es imprescindible el autodominio… Y eso es duro, cuesta sacrificio.
-Es elemental la autodisciplina… Y eso cuesta exigencia.
-Es básico saberse criatura y limitado… Y eso es reconocer la realidad.
Un ejemplo muy sencillo, la madre, nuestras madres:
– ¿Es que una madre, para ser madre feliz no necesita “negarse” muchas veces, negarse a muchos gustos, olvidarse de su bienestar y asumir el dolor que, inevitablemente, acarrean los hijos en muchas ocasiones?
– ¿Podríamos decir que es más madre, que se realiza mejor, la que pasa de sacrificarse que la que se desvive para que vivan sus hijos?
= ¡Seguro que la que se desvive por sus hijos será madre mucho más feliz que
la que no lo hace!
Negarse, perder la propia vida por el otro, bien entendido es un gran valor.
Y es un gran valor porque -yo dejo de ser el centro,
-y pasan a ser el centro los otros y Dios.
Por ahí van las expresiones del evangelio “el que quiera más al padre o a la madre… no es digno de mí”, “el que quiera vivir para sí, perderá su vida”.
-¿Es que no hay que querer al padre y a la madre? ¡Claro que sí!
-Pero poniendo en escala nuestros amores. Y para un seguidor de Cristo,
el primer amor es Cristo y su obra… Y de ahí derivan los demás.
2ª) Tomar la cruz
Jesús amó en profundidad a la gente, y lo dio todo, absolutamente todo…
A nosotros, seguidores suyos, discípulos de este Maestro, nos toca querer de verdad a la gente y dar totalmente nuestra vida.
Es decir, es fundamental el amor. Y sabemos que amar conlleva cruz en muchas ocasiones: vivir en la verdad, en la honradez, en la honestidad, en el servicio… cuesta cruz, hay que tomar la cruz para seguir el camino de Jesús. Pero es de gran valor la cruz de cada día: nos une a la cruz de Cristo, que es cruz de salvación, cruz de redención.
Nosotros, incorporados a Cristo por el Bautismo: vida nueva
Y a esa manera de vivir en Cristo ya fuimos incorporados en nuestro Bautismo. Nos incorporamos a su cruz y a su resurrección.
Por eso dice Pablo (2ª lec): andemos en una vida nueva… Considerémonos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Incorporados a Cristo, uniendo nuestras cruces a la suya, gastando la vida por Él y por los hermanos, no reservándonos para nosotros… viviremos
-la felicidad más completa que podemos tener en esta vida
-y vamos por el buen camino hacia la felicidad plena, siempre con
el Señor.
María, la madre, como madre que es, nos acompaña en este buen camino.
¡Que así sea!
Antonio Aguilera