1. Dos parábolas muy sencillitas en el Evangelio de hoy(Mc 4,26-34)
Nos presenta el evangelio recién proclamado dos parábolas muy sencillitas, muy fáciles de entender y preciosas. Las parábolas tienen la virtud de ser entendidas fácilmente por todos, sin necesitar largas y complejas explicaciones y sin necesitar muchas interpretaciones: toman una escena de la vida real, de la vida ordinaria, y la comparan con algo grande e importante. Jesús es un maestro en el hablar con parábolas, y así hoy nos compara el Reino de Dios con pequeñas imágenes rurales muy comprensibles:
- 1ª: El sembrador echa la semilla, y la semilla germina sin saber él cómo…
- 2ª: El grano de mostaza, pequeñísima semilla que se convierte en arbusto
grande adonde pueden ir los pájaros a cobijarse y anidar.
Ambos breves relatos nos presentan, en parábola, comparación, el Reino de Dios
- como un proceso vivo, similar a los de la naturaleza;
- y como algo que crece arrancando de lo pequeño, desde casi lo insignifi-cante.
Aquí hay: sembrador, semilla, tierra, germinación, crecimiento, fruto…
- Evidentemente aquí no se niega la necesidad de todo eso en el proceso…
- Pero sí se recalca que el misterio de la vida nos hace reconocer que hay una fuerza dentro de cada semilla, de la planta, de la flor… una fuerza especial es la que empuja la vida por dentro, con un dinamismo inconte-nible e imparable… Y esa fuerza no somos nosotros…
2. Sorprendidos y contemplando, vivamos la esperanza
Dos gratas sorpresas las indicadas en estas parábolas que nos llevan a la contemplación:
a) 1ª parábola: la semilla que cayó en tierra germina y va creciendo, de día, de noche, primero los tallos, luego la espiga, después el grano… y sin que el sembrador sepa cómo.
En eta parábola la atención se centra en el dinamismo de la siembra. El sembrador es un hombre de confianza: confía en la fuerza de la semilla y en que su trabajo dará fruto. Él lleva a cabo su tarea, sabe que lo suyo es la siembra y que el Señor asegura el crecimiento: el hombre siembra y el Señor hará lo demás.
A este propósito escribe san Ignacio de Loyola: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”. (Cfr El año litúrgico predicado pro Benedicto XVI, pág. 327).
b) 2ª parábola: la pequeñísima semilla de mostaza acaba siendo el arbusto que necesitan para posarse y anidar las aves del cielo.
Se trata ahora de una semilla específica: el grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Pero, a pesar de su pequeñez, está llena de vida y al caer en la tierra y pudrirse, de ella nace un brote capaz de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser “la más alta de las hortalizas”.
La debilidad es la fuerza de la semilla, y el pudrirse es su potencia.
Así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por pobres criaturas (todos nosotros y tantos otros, pecadores todos), realidad compuesta por quienes no son importantes a los ojos de este mundo… Pero que en estas pobres personas irrumpe la gracia de Dios y va transformando lo que en sí era insignificante.
3. En consecuencia, hermanos
- Sin saber cómo y desde lo más pequeño, Dios va llevando a cabo en cada uno de nosotros y en la historia un gran dinamismo de crecimiento.
- Estemos agradecidos a Dios que está trabajándonos, transformándonos, incrustándose en nuestra vida y en nuestras tareas.
- Seamos dóciles a su palabra, escuchémoslo y abramos nuestro corazón al suyo: que él puede hacernos más hermanos, que él puede hacernos más humanos, que él puede y quiere llevarnos a ser una gran fraternidad…
- Y no nos agobiemos nunca poniendo más confianza de la necesaria en nosotros, sembradores, educadores, evangelizadores… ¡pero nada más!
Que quien hace crecer es Dios, ¡y ésa es nuestra suerte!
- El mensaje es claro: el reino de Dios, aunque requiere nuestra colaboración, es ante todo don del Señor… Nuestra pequeña fuerza, aparentemente impotente ante los problemas del mundo, si se suma a la de Dios, no tiene obstáculos, porque la victoria del Señor es segura… Es el milagro del amor de Dios… Y la experiencia de este milagro nos hace ser optimistas” (Cfr. Benedicto XVI, o.c, pág. 327).
4. La fuerza, en la Eucaristía
Contemplemos y vivamos, por tanto, la sorpresa ente Dios, el agradecimiento y la plena y total confianza en el Señor: en la Eucaristía tenemos hoy la fuerza.
¡Incorporados a Cristo, comulgando con Él, somos capaces de todo!
Y María, Madre, nos acompaña en este caminar con su Hijo.
Antonio Aguilera