Comenzamos este domingo la última semana de Cuaresma, llevamos, desde el miércoles de Ceniza, preparándonos en un camino de conversión hacia la Pascua que es la novedad absoluta y la grandeza absoluta: con la pasión, muerte y resurrección de Cristo vamos a vivir el plan definitivo de Dios para nuestra salvación, para la salvación de toda mujer y todo hombre.
En estas semanas finales de Cuaresma se ha insistido y se insiste en el tema de la conversión, con distintos enfoques:
Domingo 3º:
- Aviso, llamada, a quienes no se conviertan: perecerán como aquellos que aplastó en su caída la torre de Siloé.
- Y oportunidad nueva, un plazo nuevo, para la conversión, para dar frutos: no cortar la higuera que no había dado fruto, sino darle un año más.
Domingo 4º, domingo pasado:
- La acogida al hijo pródigo: aquel hijo se convierte por interés o por egoísmo, porque lo ha perdido todo y necesita comer vuelve a casa; pero el padre lo recibe y lo acoge y siente una inmensa alegría.
Domingo 5º, hoy:
- Un nuevo y mejor recurso para convertirnos se nos indica: el contacto con Jesús, el encuentro con Jesús; así nos lo demuestran la adúltera del evangelio y Pablo (2ª lec), que había sido fariseo radical y violento.
En el encuentro con Jesús, perdón que regenera
¡Qué texto del evangelio tan formidable acabamos de escuchar! La escena del encuentro de Jesús con la mujer adúltera, inicio del cap 8 de S. Juan.
El evangelio es el de “una mujer sorprendida en adulterio”. Pero la comunidad que hoy celebramos la eucaristía, quienes estamos aquí esta mañana, sabemos que no es el evangelio de una mujer lejana en la historia, sino que ése es “mi evangelio”, “nuestro evangelio”. Aquella mujer era pecadora… ¿y yo no? ¿Y nosotros no? Aquella mujer tenía su pecado, y yo tengo los míos…
Y observemos: ¡qué cambio tan fuerte hay en el encuentro de Jesús, en el diálogo de Jesús con ella! Miremos bien, contemplemos:
- A Jesús “le traen” una pecadora, con Jesús se queda una redimida.
- A Jesús “le traen” una mujer condenada por la ley, con Jesús se queda una mujer perdonada y pacificada por el amor.
- A Jesús “podemos traerle” una humanidad aplastada por la guerra, la tristeza del dolor, de los males, de la muerte; con Jesús se hará una humanidad que ya celebrará, celebraremos, siempre la alegría de la vida.
San Agustín nos explica este relato de san Juan y la mujer pecadora con una imagen llamativa, dice él: fue un encuentro precioso en el que estuvieron cara a cara nuestra pobre miseria humana y la gran Misericordia de Dios.
Y, lógicamente, el Dios Misericordioso ganó la partida. Dios ganará siempre la partida frente a nuestras pobres miserias, frente a nuestro pecado.
Y porque Dios es plenamente misericordioso, ya me miraré a mí mismo siempre con misericordia. Y porque Dios es misericordioso, ya miraré siempre a los demás como los mira Dios, con entrañas de misericordia.
Como Jesús supo mirar a aquella mujer con cariño y darle vida (tampoco yo te condeno, vete y no peques más), igualmente yo, cada uno de nosotros, procuraremos llevar cariño y darles vida a todos los que están rotos por el pecado y los males de cada día, por las razones que sean.
Desde esa actitud, desde un encuentro con esas entrañas, podremos mirar con gozo y esperanza adelante, podremos tener y dar futuro de vida nueva: anda, en adelante no peques más (Jn 8,11).
Y así tendremos vida nueva, vida llena, vida plena
Rumiando nuestros pecados, mirándonos de reojo unos a otros y echándo-nos en cara nuestras maldades… no hay solución, jamás hay salvación.
Sin embargo, entrañados en el corazón y en la misericordia de Dios, sí hay futuro:
- 1ª lectura (Is 43,16-21): estando el pueblo en el destierro de Babilonia, según el profeta Is, “el Señor abrió camino” y le dijo a su pueblo: “no recordéis ya lo del pasado, mirad que realizo algo nuevo … ya está brotando … ofreceré agua en el desierto … y me glorificarán hasta las bestias del campo…”
- 2ª lectura (Flp 3,8-14): Pablo, antiguo fariseo radical y violento, nos recuerda que, habiéndose encontrado con “Cristo, mi Señor, todo lo estimo ya basura con tal de ganar a Cristo y existir en él … Olvidándome de lo que queda atrás corro hacia la meta …”
- Nosotros, mujeres y hombres con nuestras fragilidades y nuestro pecado, nos convertiremos profundamente
-si dejamos de mirar al pasado añorando vida de pecado,
-y si nos encontramos con el Señor, si lo tratamos a Él (oración),
y si nos dejamos hacer, guiar y orientar por Él.
Antonio Aguilera