La plenitud de la alegría
Hoy celebramos en la iglesia el domingo «Lactare», el domingo de la alegría, el cuarto de la Cuaresma, se nos llama así a experimentar con el perdón de Dios el don anticipado de la Pascua que pronto celebraremos: que en Cristo resucitado somos criaturas nuevas (2ª lec. 2Cor 5,17ss). Para ello contamos con la que indudablemente es una de las páginas más hermosas del evangelio, la parábola del Hijo pródigo (Lc 15,11-32).
El capítulo 15 de Lucas, capítulo que es el corazón del evangelio de Lucas, tiene tres parábolas que hemos de leer, releer y meditar muchas veces, y nunca nos cansaremos de ello: son las parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo pródigo. Parábolas de plenitud de gozo, de enorme alegría.
(Releamos sosegadamente este capítulo 15: ¡disfrutémoslo!).
Parábola del hijo pródigo… de los dos hijos… del padre misericordioso…
La parábola que acabamos de escuchar se conoce generalmente como parábola del hijo pródigo, pero hay quienes la denominan de otras formas: la de los dos hijos, o la del padre bueno, o la del padre misericordioso. Y otros optan por no ponerle ningún título y sencillamente dicen la frase con la que comienza la narración: la parábola Un hombre tenía dos hijos. El nombre que le demos a la parábola nos da igual, lo cierto es que es tanta su hondura humana y espiritual, así como su riqueza de detalles, que el corazón humano, el corazón de cada uno de nosotros, se ensancha y encuentra una paz enorme al escucharla.
¿Cuántas veces habremos escuchado y meditado esta parábola? Y ¿nos cansaremos alguna vez de escucharla? Creo que no, ¡ojalá que no!
Aquel padre tenía dos hijos
¿Quién de nosotros no se ha visto alguna vez reflejado en ellos?
Como el hijo menor
Aquel hijo al que se le embota la mente, se cierra en sus trece, se queja de todo lo que hay en su casa, se marcha, se excluye del cariño familiar, se extravía y se convierte en humanidad errante, en criatura que derrocha y malgasta sus talentos, su tiempo, sus bienes… su vida. Un hijo perdido.
¿Cuántas veces me he encerrado en mí olvidándome del Padre Dios, y me he extraviado, me he perdido?
Como el hijo mayor
Aquel hijo que, a pesar de estar en la casa del Padre, no ha experimentado el corazón de amor que tiene ese padre, sino que anda engreído y satisfecho de sí mismo, con corazón egoísta —esto es mío-, y que se vuelve incapaz de comprender y disfrutar que su padre es misericordioso y bueno, y que se vuelve incapaz de disfrutar que el hermano perdido vuelve a casa…
En resumen, dos hijos en camino erróneo
Uno, el menor, por irse y malgastar todo lo bueno que tenía…
El otro, el mayor, -por negarse a reconocer la bondad del padre, -y por negarse a recibir al hermano…
Y aquel padre era padre de los dos hijos, y a los dos los ama
Es el padre que representa a Dios, el Padre de todos nosotros:
- Para con el hijo menor:
Cuando el hijo todavía estaba lejos, lo vio y se conmovió, echó a correr, se le abrazó al cuello y se puso a besarlo. Y … el mejor traje… el anillo_ las sandalias… Celebremos un banquete…
- Para con el hijo mayor:
Todo lo mío es tuyo… tú siempre estás conmigo… ese hermano tuyo ha revivido, estaba muerto y lo hemos encontrado.
= El padre va a continuar amando a los dos hijos y quiere provocar y generar reconciliación entre sus hijos… Los dos hijos le duelen, y a los dos hijos ama…
¿Y nosotros? Nosotros:
- Ojalá nunca nos marchemos, como el menor, de la casa del Padre Dios… Y si nos marchamos… ¡que volvamos, que el Padre tiene los brazos abiertos y las puertas de su casa, nuestra casa, abiertas de par en par…!
- Ojalá nunca nos cerremos al hermano que se acerca, ¡que yo no soy mejor que mi hermano! El cometió unos errores…, yo cometo otros…
- ¡Que ojalá nos vayamos pareciendo al padre, al Padre Dios!
- Agradeciéndole las mil veces que nos ha esperado… y hemos vuelto…
- Haciendo fiesta por cada hermano que tenemos…
- Generando, provocando, creando reconciliación entre todos.
- Algunas veces hemos sido uno de los hijos, o como los dos hijos… Ya nos toca ser, ir siendo, como el padre… Parecidos al Padre Dios…
Antonio Aguilera