Nuevo encuentro
El domingo pasado contemplábamos el encuentro (aparentemente casual) de Jesús con la samaritana, en el pozo de Jacob (Jn 4). Tras el encuentro, aquella mujer encontró un nuevo sentido para su vida, y fue a anunciarlo a sus paisanos. Jesús es el Agua que da vida, el agua que salta hasta la vida eterna.
El domingo próximo contemplaremos el encuentro de Jesús con Marta y María (Jn 11), las hermanas de Lázaro. Lázaro había muerto, las hermanas llaman a Jesús, él va y resucita a Lázaro: Jesús, Vida para todos.
Hoy contemplamos a Jesús como Luz del mundo (Jn 9): un nuevo encuentro, que también parece casual, de Jesús con un pobre hombre, ciego de nacimiento y que, tras encontrarse con Jesús, tiene luz y ve; anuncia luego lo que ha sucedido, y acaba postrándose con profunda fe a los pies de Jesús:
-Creo, Señor. Y se postró ante él.
Esto de “encontrarse” con Jesús, esto de dejarnos encontrar por él y abrirle la puerta de nuestra realidad, es muy importante. Uno acaba muy beneficiado…
Contemplemos la escena
Jn 9,1ss: Jesús camina con los discípulos, ven a un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos –por la mentalidad de su tiempo- preguntan: –¿Quién pecó? ¿Éste o sus padres? Era la creencia habitual: si hay enfermedad, desgracia… es porque ha habido pecado.
El Maestro desmonta esa creencia, es falsa: –Ni éste pecó ni sus padres tampoco. La enfermedad no es hija del pecado: son asuntos distintos. Es más, en la enfermedad, asumida y vivida en la voluntad de Dios, pueden manifestarse las obras del Padre. Esto no es fácil de asumirlo, requiere gran fe, pero cuántas veces vemos que es así. (Cfr. ¿Por qué a mí? El lenguaje sobre el sufrimiento. Libro de
A. Pangrazzi; edic. San Pablo. Buen libro y fácil de entender y dialogar en grupo).
Jesús se acerca al ciego, realiza el gesto de ponerle barro en los ojos. Y le pide que colabore: -Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa enviado); y lavándose en el Enviado, aquel hombre se cura: ve la luz que ha llegado, la luz que le da el Enviado del Padre Dios.
Gesto, que es: gracia de Jesús + colaboración del pobre ciego = curación.
Pero el ciego, primeramente, no sabe quién es este hombre que le ha curado: deducirá, sin duda, que tiene que ser un hombre bueno: porque si no ¿cómo iba a hacer estas cosas?, ¿cómo iba a curar a un ciego de nacimiento?
Luego ya dirá que es un profeta (v 17), un hombre que viene de Dios (v 33).
Vive ahora dificultades: presión de los fariseos…, no se aclaran los vecinos (es el mismo, dicen unos; no es el mismo, se le parece, dicen otros…), sus padres lo apoyan poco…, a él lo expulsan de la sinagoga…
Pero él se mantiene convencido de que lo ha curado alguien especial. Y Jesús nuevamente se encuentra con él, le provoca y entran en diálogo:
-¿Crees tú en el Hijo del hombre? -¿Quién es, Señor, para que crea en él?
-Lo estás viendo, el que habla contigo. –Creo, Señor. Y se postró ante él.
El encuentro con Jesús nos da luz. Hay dificultades, tinieblas, incompren-siones, exclusión, persecución… Pero el Señor está siempre atento, se acerca y da su Luz…, nos cura.
Por parte del ciego hubo colaboración, anunciar lo sucedido y actitud de fe:
–Creo, Señor. Y se postró ante él.
Nosotros hoy
Nosotros también, encontrándonos hoy con él, podemos recibir la luz del Señor, la luz que es el Señor: Cristo será tu luz, dice Pablo (2ª lec). Y amplía: Ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. Con los frutos de la luz: bondad, justicia, verdad.
Y esto de recibir luz del Señor y ser luz para los demás va muy bien con lo que se ha de vivir en nuestro Seminario y va muy bien con cómo educar en nuestro Seminario.
Coincidiendo con el día de san José (cuya celebración litúrgica, por ser domingo hoy, se pasa a mañana-lunes) se nos recuerda que hoy es el Día del Seminario, y se nos presenta con este lema: Se levantó y se puso en camino. Nuestros seminaristas, mayores y menores, quieren tener una actitud de escucha del Señor, de seguimiento del Señor y de ponerse en camino para servir a la gente.
Las circunstancias para una vocación así evidentemente hoy no son fáciles: necesitan nuestra oración constante y nuestra ayuda siempre. Oremos mucho por nuestros seminaristas: que el Señor nos conceda buenos y santos sacerdotes.
Que nuestros seminaristas sean jóvenes que abran el corazón:
–¿Qué quieres, Señor de mí?
Y con la actitud noble y sensata con la que acabó el ciego, postrándose ante el Maestro: Aquí me tienes, Señor, soy tuyo.
Dispuestos siempre para Dios y para la gente:
–¿Cómo puedo yo hoy servir mejor a los demás?
Abiertos mis ojos con tu luz, ¿cómo puedo yo ser, aunque sea poca y débil criatura, pequeña luz para los demás?
Y en tu parroquia, en tu grupo, en tu familia… ¿A quién y cómo vas tú a proponer la vocación sacerdotal? Necesitamos oración y propuesta vocacional…
Antonio Aguilera