1. Jesús “sorprende” hoy
Puede sorprendernos el rostro de Jesús que nos presenta el evangelio hoy: la mano que acariciaba a los niños, que curaba tocando a los leprosos, multiplicaba los panes, calmaba la tempestad… empuña el látigo de la cólera.
Y el látigo de la palabra: No convirtáis en mercado la casa de mi Padre. No profanéis la casa de mi Padre con negocios, supersticiones, falsedades… Es decir, no queráis “comprar” a mi Padre Dios…
La postura del Maestro es fuerte y exigente:
- replantea qué es realmente el culto a Dios.
- Replantea cuál es realmente el templo de Dios.
Y es que los sumos sacerdotes habían convencido al pueblo de que el templo de Dios era aquel edificio. Y pienso que hasta ellos mismos lo creían así: aquel edificio impresionante (entonces era una 1/5ª parte de la ciudad), 46 años había llevado construirlo; lugar donde, por Pascua, se sacrificaban unos 200.000 corderos + toros + terneros… (“Casualmente” animales cuya venta controlaban las familias o los allegados de los sumos sacerdotes).
Es decir, el pueblo “religioso” tranquilo en sus actos de ofrendas, viviendo con bastante superstición y sin mirar a lo profundo de la vida, a los hermanos…
(¡Ojo, que algo de esto puede pasarnos también a nosotros! Acudimos al templo, rezamos, ofrecemos y… ¿olvidamos al hermano? Cuando es así nuestra vida religiosa… por ahí no va el verdadero culto al verdadero Dios).
Jesús, el Señor, denuncia aquello, se siente traicionado con aquello… Y echó a todos del templo… Quitad esto de aquí…
2. ¿Por dónde y cómo hemos de dar culto a Dios, entonces?
Jesús plantea otro culto y otro templo:
- el verdadero templo no son las piedras (se destruyen fácilmente…). El verdadero templo es el templo de su cuerpo y la vida de cada hombre: cada hombre, templo de Dios. Sois templos del Espíritu Santo, dice la Escritura (1 Cor 3,16 y 6,19).
- El verdadero culto se da a Dios y en los hijos de Dios: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud…No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso…Y, desde ahí: honra a tu padre y a tu madre, no matarás, no robarás… (1ª lec: Ex 20).
El verdadero creyente: cree en un solo Dios; y creer en Dios va de la mano con el cuidado de la vida y el respeto de lo que hoy llamaríamos “derechos sociales”. Es lo que hemos visto en la 1ª lectura, en el Decálogo. El Decálogo no es una losa de mandatos que nos cae encima y tengo que cumplir:
- Es una respuesta de amor: cuando alguien hace mucho por ti, ¿qué haces tú? Respondes amando. Dios lo hizo todo por su pueblo, te saqué de la esclavitud de Egipto; y aquellos creyentes quieren responderle amando, adorándolo como único Dios.
- Y es un seguir liberándose: Dios les ha hecho dar el primer paso, sacándolos de Egipto. Ya son libres, pero pueden ahora caer en nuevas esclavitudes (egoísmo, odios, deshonras…), Pues… continuad liberándoos: honra a tu padre y a tu madre, no matarás, no cometerás adulterio, no robarás,…
3. Concretando
Concretando: el verdadero templo es el mismo Jesucristo, templo que se reedificará en tres días, con la Resurrección. El culto al Padre Dios, en su Hijo: que pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos por el diablo, entregando su propia vida para salvación de todos.
Y concretando: verdadero templo de Dios son todos los hijos de Dios, somos todos los hombres: cada vez que honras a un hermano, cada vez que lo honras respetándolo en su vida, cada vez que vives en él la ley de Dios –el Decálogo– y el mandamiento nuevo de JC –amaos los unos a los otros como yo os he amado– estás dando a Dios el verdadero culto que Él quiere.
Por aquí nos llevará la verdadera conversión que nos pide la Cuaresma, y en la que estamos caminando.
Continuemos buscando y adorando a Dios:
- en su propio Hijo, Jesucristo: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad… ¿Qué quieres, Señor de mí?
Encuentro vital, experiencial, con Jesucristo: en la oración, en la
lectura del Evangelio, en la Eucaristía…
- Y en el templo que es cada ser humano, cada uno de los hombres y mujeres con los que nos tratamos en nuestra vida normal: esas personas que conoces y que están necesitadas de que te acerques a ellas y les dediques tu tiempo.
Hermanos, andemos en ese caminar: en el culto verdadero y en el templo verdadero.
Y, por supuesto, de la mano siempre de María, la madre que siempre acompaña a sus hijos.
Antonio Aguilera