1. Introducción
Continuamos caminando hacia los grandes días de la Pascua: pasión, muerte y resurrección de Jesucristo: los grandes días del creyente cristiano; y de la humanidad entera, porque fue y es salvación para todos los hombres.
Y celebramos hoy el 2º domingo de esta andadura de Cuaresma.
Al inicio, el miércoles de ceniza, lo recordamos muy bien, en el evangelio se nos daban tres vías para caminar:
- Ayuno: ayuno y abstinencia = ¿De qué tengo yo que ayunar y abstenerme
para ser más de Dios y más de los hermanos?
- Limosna: mis bienes he de compartirlos = ¿Qué gasto yo más de lo
necesario? ¿Qué comparto?
- Oración: haz silencio en tu vida, exterior e interior = ¿Entro en lo profundo de mí mismo y de Dios y le abro el corazón?
2. En este caminar, necesitamos mirar arriba
Este caminar en un estilo de vida así, un caminar en hondura, en austeridad, en reflexión sensata, en ir despojándonos del lastre que nos estorba, en que los demás sean el centro y no yo… ¡no es fácil! ¡Nada fácil!
Los discípulos que andaban con el maestro, con Jesús, cuando fueron vislumbrando esto y oyeron que Jesús subiría a Jerusalén, que sería juzgado y condenado… ¡no entendieron nada! Eso de entregar la vida… ¡ni hablar! Y se opusieron, recordemos a Pedro: ¡Lejos de ti eso, Maestro…! (Mt 16,22).
Y Jesús, mirando y amando a aquellos discípulos acobardados y desanimados, quiere acrecentar en ellos la esperanza. Según el evangelio de hoy:
- Se llevó con él a los tres más cercanos, al monte Tabor, a un rato de oración, a un rato de encuentro con la grandeza de Dios.
- Y allí contemplaron la gloria de Dios:
-Escena gloriosa de Jesús = es el Señor.
-Flanqueado por los dos grandes del AT = la Ley y los Profetas.
-Y la voz del Padre: Este es mi Hijo amado, escuchadlo (Mc 9,7).
Es decir:
- en medio de las duras vivencias… que tenían ya… y que se avecinaban,
- tuvieron la experiencia del encuentro con el Señor, con su grandeza…
- Y la disfrutaron: Maestro, ¡qué bien se está aquí! (Mc 9,5).
Nosotros -también tenemos vivencias duras y un caminar exigente…
-Necesitamos la experiencia del encuentro profundo con el
Señor, la experiencia de mirar hacia arriba, de contemplar a
Dios: oración de cualquier tipo… personal y en familia…
3. Tras el encuentro con el Señor, seremos criatura nueva
Desde la experiencia de encuentro profundo con el Señor, recordamos que grandes personas cambiaron su vida:
- Abrahán (1ª lec): es capaz de ofrecer a Dios hasta lo que más se puede querer: Aquí me tienes, dice Abrahán (Gn 22,1), y le ofrece a su propio hijo: “aquí lo tienes”, con el gesto de la ofrenda, mirando a su hijo, lo está mostrando a Dios…
- Pablo (2ª lec) está totalmente convencido de que nadie podrá con él: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Rm 8,31b).
- Teresa de Jesús, tras haberse dejado poseer por Dios, podrá ya escribir: Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?
- Y tantos otros: Ignacio de Loyola, Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, Carlos de Foucauld, Madre Petra, Manuel González… ese santo al que más devoción le tienes… tu santo patrón (¿conoces su vida?)…
Por tanto, si nos encontramos de verdad con el Señor, si le abrimos la puerta de par en par… ¡seguro que viviremos totalmente felices (¡Maestro qué bien se está aquí!), y seguro que disponibles por completo (¡Aquí me tienes!).
¡Seguro que seremos mujeres y hombres de Dios, mujeres y hombres de los hermanos, mujeres y hombres con hondura!… ¡Gente que afronta la vida con humanidad y calidad!
4. Y todos nosotros así lo queremos
Y todos nosotros anhelamos -esa calidad humana grande,
-esa experiencia de disponibilidad total,
-esa vivencia de entrar en el misterio de
Dios y contemplarlo con sencillez y gozo.
Pues bien, caminando por esta Cuaresma, con el dolor de la pandemia, dolor y sufrimiento de tanta gente a quien le afecta con mucha dureza,
- estamos ahora alrededor del altar: tenemos aquí la fuerza para andar el camino. Tenemos el alimento que nos capacita. Contemplemos a Dios, pongamos ante Él nuestra vida… y la vida del mundo entero…
- Y digámosle con enorme alegría la expresión de Abrahán:
¡Aquí me tienes, Señor!
Y María Santísima, nuestra Madre,
-nos acompaña en este caminar hacia su Hijo,
-y nos acompaña en ese estar con su Hijo.
A ella nos encomendamos:
– ¡Madre, llévanos a tu Hijo Jesucristo!
– ¡Madre, llévanos a todos tus hijos, nuestros hermanos!
Antonio Aguilera