A todos los hermanos de la Cofradía:
Un año más tenemos la oportunidad de prepararnos para celebrar el Misterio pascual del Señor que nos conduce a la Pascua. Este tiempo de preparación se llama Cuaresma. Un tiempo de especial importancia para los cristianos y para los cofrades, que nos disponemos con intensidad para vivir los días grandes de la Semana Santa. Con estas letras os invito muy sinceramente a que no dejemos de pasar este tiempo que la Iglesia nos ofrece para vivir la conversión.
Sí, la conversión a la que nos llama cada día Jesús el Señor y que bien nos recuerda el Papa Francisco en el Mensaje de Cuaresma de este año cuando nos dice: «Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él» (Papa Francisco, Mensaje de Cuaresma).
Convertirse es cambiar de rumbo, de orientación en nuestra vida para poder llegar a la Pascua del Señor con una vida nueva. Dos son los niveles que nos exige una auténtica conversión para no vivir una vida cristiana y cofrade con superficialidad: la conversión personal y la conversión comunitaria.
El primero es la conversión personal. Yo necesito convertirme. Porque ni soy tan bueno como a veces pienso, ni actúo como el Evangelio me pide. La conversión personal reclama de nosotros el deseo de no vivir en la mediocridad, de saber que Dios con su fuerza y su gracia puede transformar mi vida de creyente y de cofrade, y hacerme mejor cristiano. Esta responsabilidad es mía, aunque sea una gracia que Dios nos ofrece cada día, cada Cuaresma. Por esta razón necesito poner unos medios concretos que me ayuden al encuentro con el Señor. De ahí que os invite encarecidamente a participar en los cultos de la Cofradía, a rezar cada día con la Palabra de Dios, a celebrar la Eucaristía y el sacramento de la Confesión.
Sin lugar a dudas, la Cuaresma es un tiempo propicio para el encuentro con Jesús. Si no hay este encuentro, no habrá Pascua de Resurrección. Es necesario tenerlo y revivirlo una y otra vez (cf. EG 3). Solo si se da este encuentro estamos disponiendo nuestra vida a la conversión. La Cuaresma es un tiempo de cambio. Es el tiempo de la misericordia (cf. MM 21). Cada uno que revise y examine en qué cosas concretas debe convertirse. No es cuestión de mirar al otro para decirle lo que tiene que hacer. No es solo cuestión de alcanzar un perfeccionamiento moral de nuestros actos y actitudes. Al contrario, la conversión es el medio necesario para disponernos a dejarnos encontrar por Cristo. Si no le dejamos a Él, si no nos dejamos alcanzar por Él, difícilmente en algo podremos cambiar.
Hoy, más que nunca, es necesario personalizar la fe, tener experiencia de ella para combatir los avatares de nuestra sociedad, que ha renunciado ya a creer en Dios. Por ello os insisto tanto en tener una formación cristiana y cofrade que nos ayude a saber dar razones de lo que creemos. La Cofradía, la Iglesia y la sociedad reclama de nosotros personas convencidas de la fe que vivimos y expresamos cada día, y no solo cada Jueves Santo, por las calles de nuestra ciudad. La Cuaresma que nos llama a la conversión nos empuja a no bajar la guardia, a no vivir de la apariencia, a vivir en lo que somos: hermanos. Esta es la razón de ser de una Hermandad. Y de aquí nace el segundo nivel de la conversión: la conversión comunitaria, a la que todos sin excepción como hermanos estamos llamados.
La conversión si es auténtica debe ser expresada en signos concretos de amor con nuestros hermanos. Y nos lleva a la caridad que es la mayor de las virtudes, para que salgamos de nosotros mismos y vayamos a los otros. Necesitamos activar la conversión a los hermanos, a los pobres, a los que sufren, para anunciar con alegría que Dios nos ama. Seamos signo de la caridad, que es Dios. La caridad expresada en gestos de amor concretos, visibles, cercanos y gratuitos. La caridad nos empuja a no pedir nada a cambio, a no buscarnos a nosotros mismos, sino a servir siempre y en todo lugar a los demás (cf. MM 13). Doy gracias a Dios por tantos gestos de cariño que veo en muchos momentos del año entre los hermanos de la Cofradía. Porque ser hermanos es quererse, respetarse, apoyarse y ayudarse.
Y como también nos recuerda Francisco: «No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón» (MM 2). Por eso siempre la Cuaresma nos invita al perdón. A pedir perdón al Señor y a perdonar a los demás. Nos lo recuerdan siempre Ntro. Padre Jesús del Santo Suplicio y el Stmo. Cristo de los Milagros quien en la cruz tiene palabras de perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
Que la mirada maternal de María Stma. de la Amargura nos guíe siempre. «Ella es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor» (MM 22). La Madre, junto a su Hijo nos acoge a todos en su casa de la Ermita donde cada día nos esperan para encontrarnos.
Os saludo con afecto.
Salvador Gil Canto
Director Espiritual