Estamos viviendo ya el 2021
El día 1 pasado, el día de Año Nuevo, hablábamos de vivir el 2021 como año de gracia del Señor; hablábamos de vivirlo forjando paz, con ilusión, con esperanza y, según el mensaje del papa, sabiendo que Dios nos cuida, que Jesucristo pasó su vida cuidando de la gente y que nosotros estamos llamados a cuidarnos y a cuidar de todos; y hablábamos de vivir el año desde Dios para los demás, como lo hizo Santa María, Madre de Dios, que nos acompaña siempre.
Hoy, domingo, en la primera lectura (Eclo 24) se nos indica un camino para ello: ser sabios, vivir sabiamente, vivir el año como personas de auténtica sabiduría, vivirlo como mujeres y hombres con un sentido común muy especial.
Vivir sabiamente es vivir con esa sabiduría que “encuentra su honor en Dios, se gloría en medio de su pueblo… y nunca jamás dejará de existir”.
¿Qué es ser sabio, según Dios?
Con frecuencia confundimos el ser sabio con ser sabihondo, con acumular diplomas… Así, a menudo, pensamos al sabio como alguien que tiene muchos títulos, como alguien que vence en muchos concursos… Quizás eso sea una persona-enciclopedia, alguien con muchos conocimientos en la cabeza…
Pero ser sabio en la Sagrada Escritura tiene una connotación más honda. La 2ª lectura (Pablo a los Efesios) nos ha dicho: “He oído hablar de vuestra fe en Cristo, de vuestro amor a todos los hermanos…” y pido a Dios que “os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, que ilumine los ojos de vuestro corazón…”
Aquí habla de fe, de amor y de mirar la vida con los ojos del corazón: “Que Dios ilumine los ojos de vuestro corazón”, pide Pablo para los efesios.Ser sabio desde el corazón, ver desde el alma… ¿Quién es la persona así?:
- Es la persona que ha puesto, que pone su corazón en la vida; la persona que ha vivido, que vive con plenitud la vida.
- Es la persona de rica experiencia, que observa bien y aprende de todos.
- Es la persona de sentido común, sabia según Dios y que, por ello, vive cada día con atención, con profundidad, contemplando… Queriendo a la vida, queriendo a Dios, queriendo a los hermanos… a todos los demás…
Ser sabio es, por tanto, descubrir a Dios en la andadura de la gente, en las situaciones habituales -hoy de pandemia- donde todos estamos insertos. Es leer la mano de Dios en los acontecimientos diarios, porque ahí está el Señor.
Y eso no se ve con los ojos de la cara, se ve con los ojos del corazón: “Sólo se ve bien con el corazón… Lo esencial es invisible a los ojos”, decía el Principito (esa preciosa obra, tan fácil de leer y tan bonita, de Saint Exupery). Hay que calar en lo profundo, hay que calar en Dios.
El prólogo del evangelio de Juan
Calar en Dios, que nos cuida. El evangelio que acabamos de escuchar, el prólogo del evangelio de Juan, nos ayuda a ahondar en Dios, a entrar en lo profundo de Jesucristo. Cuando Juan escribe su evangelio ya hay en las comunidades otros escritos sobre Jesús, ya hay algunas “biografías” (Mateo, Marcos, Lucas), ya se han escrito en varias cartas cosas sobre el Maestro. Ahora Juan quiere ahondar, conocer el fondo de su persona, y plantea que él, Jesús, es el pan de vida, que él es el agua viva, que él es la luz del mundo…
Y hoy nos habla de ese Jesús-Dios, al que se ve con los ojos del corazón:
a) En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios
y el Verbo era Dios:
Ese Niño es Dios desde siempre, es la más perfecta manifestación de Dios, es el Verbo, la Palabra eterna del Padre. Dios es amor en el Padre, en el Hijo y en el E. S., y ese Dios-amor se expresa para nosotros en el Hijo. Dios se nos ha revelado en Jesucristo: en Jesucristo, ¡ya conocemos a Dios!
b) En el Verbo había vida, y la vida era la luz de los hombres:
En Jesucristo se nos ha revelado Dios que es vida. Dios es vida: siempre que trabajamos por que los hermanos tengan vida, estamos trabajando en la misión que Dios quiere para nosotros. Y trabajar por la vida de los hermanos es des-vivirme yo para que los demás vivan. Así en la familia, en el servicio, con los que me encuentro por la calle, con el que llega a pedirme algo…
¿El ser yo vida para los demás es la luz que me orienta a mí cada día?
c) Al mundo vino… y el mundo no lo conoció. Vino a su casa,
y los suyos no lo recibieron:
Nosotros somos su casa, somos los suyos: ¡qué grandeza tenemos! Tú eres de Dios, yo soy de Dios… ¿Qué más puedo querer? ¿Qué más puedo necesitar?
Y sin embargo, vino a los suyos y los suyos no lo recibieron: ¿Qué impide en mi vida, en mi persona, recibir plenamente a Dios, su persona, su mensaje? Quizás el yo estar lleno de mí y no dejar hueco para los hermanos (soberbia, egoísmo), quizás el no ser yo honrado en mi trabajo (hacer las cosas a medio hacer), quizás el acaparar yo y el vivir yo con más de lo que necesito (y no compartir con los que necesitan)… El yo, yo, yo… ¡El “yoismo”!…
d) Pero a cuantos le recibieron les da poder de ser hijos de Dios… Éstos
han nacido de Dios:
Y no es sólo que somos de Dios, es que somos hijos de Dios: nuestro nacimiento de carne y sangre con ser importante es muy poco ante la dignidad a la que Dios nos ha elevado; te ha hecho, me ha hecho, hijo suyo, hija suya… Esto hay que contemplarlo, gozarlo y transmitirlo… Arrodillamos el corazón.
Antonio Aguilera