Debemos practicar más la virtud de la paciencia. Porque las prisas, el nerviosismo, el ansia por llegar antes que otros y superar a los demás a costa de lo que sea no son el camino correcto. Ni para las cosas materiales ni para las espirituales. Vivimos en una sociedad donde la inmediatez nos obliga a tomar decisiones que, en muchas ocasiones, son precipitadas y nos perjudican. Nuestra única prisa debería ser el empeñarnos en ser mejores, en mostrar a los demás que practicamos la fe que profesamos y que nuestra confianza está puesta en Jesús.
Nuestra esperanza cristiana nos ha de llevar a derrotar el desánimo que a menudo nos rodea por todas partes. Un desánimo que se palpa en