
1. Jesús contempla el templo
¿Habéis visto y contemplado la catedral? Sus pórticos, sus columnas, su interior… ¡Precioso todo! Igual en viajes habéis contemplado otros lugares impresionantes: catedral de León, El Escorial, la Sagrada Familia en Barcelona… ¡Genial! Viendo esas grandes obras uno se queda embelesado…
Pues de una escena así nos habla el inicio del evangelio de hoy: “ponderaban la belleza del templo” (Lc 21,5). 46 años (Jn 2,20) había llevado a los judíos la construcción del templo de Jerusalén sobre la colina de Sión: materiales traídos desde muy lejos, maderas de los montes del Líbano… Todo precioso… Y la gente lo admiraba: ¡qué maravilla! ¡Y ahí la presencia de Dios, Dios con nosotros!
Jesús también lo contempla y lo admira. Pero con mucha sensatez dice: Esto es admirable, pero esto es finito, es caduco, esto se acaba: vendrán tiempos duros, guerras… arrasarán… Y el templo de piedra se cae: “No quedará piedra sobre piedra, todo será destruido” (Lc 21,6). Y también vosotros viviréis tiempos difíciles: consecuencias de esas guerras, pueblo contra pueblo, familias enfrentadas…
Es decir: no pongamos excesiva confianza en este mundo, que esto pasa, que esto se destruye. ¡La confianza en Dios! Que para esos tiempos difíciles Él nos promete: “Yo os daré palabras de sabiduría… Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá… Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas… Tendréis ocasión de dar testimonio de mí”. (Cf. Lc 21,5-19).
Y así, aprovechando la ocasión de estar mirando el templo de Jerusalén, nos hace mirar Jesús a otro plano y nos plantea lo del final de los tiempos. El momento llegará: “Mirad que llega el día ardiente como un horno”, había dicho el profeta (1ª lec). ¿Cuándo? Le preguntan a Jesús. Él no dice cuándo, pero sí es seguro que llegará el día en que, como dijo el profeta Malaquías:
- Malvados y perversos serán paja que arde = desaparecerá el mal.
- A los que honran a Dios un sol de justicia los iluminará (Mal 3,19-20).
Por tanto, si al final malvados y perversos serán destruidos, y a los que honran al Señor un sol los iluminará, nosotros, cada uno de nosotros, hemos de decidirnos por lo uno o por lo otro: he de elegir y decidirme por estar en el grupo de los malvados o por estar en el grupo de los que honran al Señor.
2. Dios, en su misericordia, presente y cercano
Y para todos los momentos difíciles que hemos de vivir en esta vida y para ese tiempo final que llegará, nosotros anhelamos la presencia, la cercanía y la ayuda del Señor. Presencia, cercanía y ayuda que son las formas de expresarse Dios, en su misericordia para con cada uno de nosotros.
Y a esa forma de acercarse y ayudarnos el Señor hemos de corresponder cada cual. Cada cual
- Honrando el nombre del Señor en todo momento: “A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia”, nos decía el profeta y en la primera lectura.
- Trabajando sin cansarnos cada cual en su tarea. Dice Pablo (2ª lec.): “Nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. El que no trabaja, que no coma… Trabajen con tranquilidad para ganarse el pan”. (Cf. 2 Tes 3,7-12).
- Con especial empeño en el servicio y la dedicación a los pobres, llamada que hoy nos hace la Iglesia:
3. IX Jornada Mundial de los Pobres
En 2016, al clausurar el Año de la Misericordia, el papa Francisco instauró en este domingo la Jornada Mundial de los Pobres. Y este año, 9ª jornada ya, nos recuerda, con palabras del salmista, que “Tú, Señor, eres mi esperanza” (Salmo 71,5).
Nosotros queremos seguir a Jesús, es el Maestro y el Señor. Pues bien, el papa León, en su mensaje para hoy, nos recuerda que las palabras del salmo 71 “Tú, Señor, eres mi esperanza” brotan de un corazón oprimido por las dificultades, pero de un corazón que permanece firme en la fe”.
Además nos hace ver que “el pobre no confía en las seguridades del poder o del tener; al contrario, las sufre y con frecuencia es víctima de ellas”. Pero que sí “la inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios”.
Y, por tanto, “hemos de ofrecerles la amistad de Dios, su bendición, su Palabra”, porque “la pobreza más grave es no conocer a Dios”. Esto conlleva que “los pobres estén en el centro de toda acción pastoral”.
Y conlleva, igualmente –porque amar a Dios y amar al prójimo, han de ir siempre unidos- el deber de asumir responsabilidades, tales como crear “casas-familia, comunidades para menores, centros de escucha y acogida, comedores sociales, albergues, escuelas populares…”
Convencidos siempre de que “Ayudar al pobre es, en efecto, una cuestión de justicia, antes que de caridad”. Y nos recuerda las palabras de san Agustín, cuando decía: “Das pan al hambriento, pero sería mejor que nadie sintiese hambre y no tuvieses nadie a quien dar. Vistes al desnudo, pero ¡ojalá todos estuviesen vestidos y no hubiese necesidad de vestir a nadie!”.
Pues… en este campo del servicio a los pobres y de que los pobres sean el centro de nuestra acción pastoral, yo personalmente, ¿qué estoy haciendo?
Antonio Aguilera









