1. Momentos de desánimo
¿Quién de nosotros no tiene momentos de desánimo en ocasiones? Todos los tenemos, ¡seguro! Y más de una vez, ¿verdad?
Desánimos por el no avance personal en la vida interior, desánimos por situaciones familiares, desánimos en la educación, desánimos en el trabajo, desánimos ante la enfermedad, desánimos por conflictos diversos…
Desánimos cuando miras la situación social, este tiempo en las noticias:
- El hambre en el mundo… La trata de personas… ¡Asuntos que no superamos!
- Política de descalificaciones continuas… La corrupción donde menos te imaginabas…
- El fortísimo drama de los inmigrantes, que nadie acaba de asumir…
- Las guerras… y dirigentes incompetentes para construir la paz…
Vivimos todos y en muchas ocasiones el desánimo, el vernos como en un túnel sin salida…
2. Pero… la Palabra de Dios: Vi unos cielos nuevos una tierra nueva (2ª lec)
Ante todo lo anterior, los cristianos hemos de mirar a la vida con mirada de cariño, de esperanza siempre, y de transformación según Dios quiere.
Los cristianos podemos vivir una mística que nos empuja a ser felices y a vivir con la mejor fuerza para luchar en la vida, a abrir puertas y ventanas:
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos… Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos…
Es decir, la presencia de Dios en nuestra vida, Dios está en nuestra vida: el Espíritu Santo de Dios está con nosotros, Dios que camina a nuestro lado.
El mismo Señor que, según el evangelio proclamado, comparte la cena con sus discípulos, sabiendo que uno está ahora en el cenáculo con Él y luego lo traicionará; el mismo Señor que, por boca de Pablo y Bernabé (1ª lec), nos anima a perseverar, aunque hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. Él mismo está entre nosotros y camina con nosotros.
3. Experiencia que nos hace fuertes y da luz
Esa experiencia, esa mística fuerte, arraigada y profunda, nos lleva a:
- Un deseo de transformación personal, y a un esfuerzo grande en ello: cuando tú sientes a Dios contigo, miras a los problemas, a las situaciones, con valentía y con serenidad: Dios puede más que nuestras dificultades, ¡seguro que sí!
- Transformación personal que lleva a romper las ataduras que nos impiden la entrega y la generosidad, a perder el interés por lo cómodo, a olvidar nuestros miedos, a ponernos al servicio de los demás.
- Transformación personal que radica en que Él nos ha amado dándose por completo: amaos como yo os he amado. Tenemos la vivencia de cómo ama Dios: si hemos querido ir a Él, ¿cuándo nos ha cerrado la puerta? Si hemos querido hablar con Él, ¿cuándo no estaba disponible? Si hemos necesitado su mano, ¿verdad que estaba siempre ahí anticipándose y tendiéndola Él mismo?
- Y porque Él nos ha amado, podemos disfrutar ese cariño suyo y estamos capacitados para su mandamiento.
4. Mandamiento nuevo: Que os améis unos a otros…
- La experiencia de Dios y la transformación personal nos llevan a vivir para el otro, a ser reflejo de Dios y testigos de Dios donde estamos.
- Ese amor –como el Señor ama– nos empuja a olvidarme de mí y mirar con cariño la vida del otro, la persona del otro; a tener la mirada de Dios para con cada uno de sus hijos: ¿Yo amo a los de mi familia como Dios los ama? ¿Yo amo a mis vecinos como Dios los ama? ¿Yo amo a las personas con las que trabajo como Dios las ama? … ¿Los miro como Él los mira?
- Una llamada a gastarme por los demás, a estar lavando sus pies, a vivir poniéndole mi hombro en los cansancios. Una llamada a que me duela la gente y a que viva siempre con dos polos:
-Ser de Dios y
-Ser de los demás … Así ¡seguro que llenamos nuestra vida!
- Y así estaremos siempre atentos a los gozos de los hermanos, y al dolor de los hermanos.
- Así seremos la señal por la que conocerán que somos sus discípulos.
5. Ahora, en el altar de Dios
- Ahora poniendo lo que somos y tenemos en el altar de la Eucaristía.
- Dentro de poco, comulgando con el Señor.
- A lo largo de la semana, viviendo desde Dios –con honradez, entrega y buena profesionalidad- para todos los hermanos.
- Y siempre, en todo momento, acompañados y llevados por la mano de María, la Madre, que nos hace caminar hacia su Hijo y hacia nuestros hermanos. María nos acompaña, ¡vamos a Jesús y a la gente!
D. Antonio Aguilera