1. Yo soy la verdadera vid
En general al cuarto evangelio, al evangelio de Juan, de quien es lo que acabamos de escuchar, podemos acercarnos bien fijándonos en tres elementos:
1) La pregunta que inquieta a quienes están siguiendo a Jesús: ¿Tú quién eres?
2) La respuesta de Jesús a esa pregunta, a veces concretada en las fórmulas Yo
soy… (el buen pastor; el camino, la verdad y la vida; la luz del mundo…).
3) La reacción bipolar a la revelación de quién es Jesús: fe o incredulidad.
En el evangelio del domingo pasado escuchábamos de Jesús: Yo soy el buen pastor. Y comentamos y meditamos qué nos indicaba en ello.
Hoy escuchamos que nos dice: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. ¡Bonita y expresiva comparación! ¿verdad?
Probablemente todos hemos visto las viñas cuando llega la primavera, sus brotes, la aparición de las hojas… ¡Hay vida!
Y la vida de esa cepa se extiende, se expande por los distintos sarmientos, siendo savia nueva, llevando fuerza…
Cepa/sarmientos: no es una unidad cualquiera, no es una unidad superfi-cial… Es una unidad vital, existencial, imprescindible.
En el AT varias veces los profetas hablan de una viña, que era el pueblo de Israel. Is 5 nos habla de esa viña, bien plantada, superbien cuidada, superbien labrada, mimada siempre… y que dio agraces, dio frutos amargos…
Aquel pueblo de Dios muchas veces fue infiel a Dios, dio nefastos frutos…
En el NT la cepa es Cristo mismo: con Cristo la savia es buena, los frutos pueden ser excelentes. Excelentes frutos dará todo sarmiento unido a esa cepa.
2. Para que cepa y sarmientos den buenos frutos, se requieren tres cosas
a) Permanecer
Es necesario que los sarmientos permanezcan en la vid, unidos a la cepa: 7 veces aparece el verbo “permanecer” en el relato del evangelio de hoy. Se indica así la relación profunda que ha de haber entre el discípulo y Cristo.
Cuando no se permanece en Cristo, en el que es la cepa, dice el mismo Jesús, de manera rotunda: “Sin mí no podéis hacer nada”.
Y comenta S. Agustín, com mucha razón: “No dice un poquito –poquito podéis hacer-, dice nada… no podéis hacer nada”.
Permaneciendo en Él, sin embargo, tenemos la savia suya en nuestras venas y en nuestro corazón, en nuestra vida. Y cuando estamos unidos a Jesús, todas nuestras actividades se llenan de su savia, de su vida… Unidos a Él, permaneciendo en Él, tendremos vida y daremos vida, y vida abundante.
Además, no sólo pide Jesús que permanezcamos en Él, dice: “Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros”.
Nos avisa que no olvidemos sus palabras, que no olvidemos el evangelio, que bebamos de la fuente de vida que es el evangelio: “En los envagelios se encierra la fuerza más poderosa que poseen las comunidades cristianas para regeneraar su vida … El evangelio de Jesús es el instrumento pastoral más importante para renovar hoy a la Iglesia” (J.A.Pagola, Juan, pg 207).
Permanecer en Jesús: el sarmiento que permanece en la cepa tiene savia y
da buenos frutos.
Que su palabra permanezca en nosotros: el evangelio es la fuente de vida y de renovación para todos nosotros, para la iglesia… y llevaremos así buenos frutos a nuestra sociedad.
b) La poda
Para que un árbol o una cepa den buen fruto hay que cortar todo lo que sobra, todo lo que perjudica… hay que podar el árbol, podar la cepa.
Si no podamos, la savia se la llevan unos chupones que brotan o unos sarmientos inútiles… Así esa savia se desperdicia y ese sarmiento no da fruto.
En nuestra vida seguro que hay pasiones, inclinaciones que no son buenas, que no son de Dios, que nos son coherentes con el evangelio, que son “chupones”, y que, por tanto, nos perjudican: hay que podar, hay que cortarlos. Ej.: egoísmo… brotes de rencor… yo a lo mío… tu problema a mí no me importa… apáñatelas tú como puedas… mantente mientras cobro… etc. etc.
Es todo eso que te impide entregarte a Dios y vivir para los hermanos con una vida honrada y responsable. Es todo eso que te impide ser generosamente de Dios y de los hermanos.
c) Mi Padre es el labrador
En el campo, en las huertas, en las viñas… hay un labrador, un hombre que entiende de ese trabajo y lo hace con cariño y con pasión.
Jesús nos da también para todo esto un excelente labrador, su propio Padre: Mi Padre es el labrador.
Oye, es el mismo Padre Dios el que nos está labrando, el que nos arranca las malas yerbas que nos estorban, el que nos cuida, el que nos riega, el que nos poda… ¡Benditas las manos en las que estamos! ¡Vamos a dejarnos labrar por el Padre del cielo! ¡Vamos a dejarnos hacer por Dios!
= Cristo es la vid, nosotros los sarmientos, el Padre es el labrador… ¡Bendita unidad! …
Y María, que es madre, cuida atenta todo el proceso.
Antonio Aguilera