Jesús enseña a sus discípulos
El relato del evangelio que acabamos de escuchar es el final del capítulo 4 del evangelista Marcos. Al mirar en Marcos los capítulos 4 y 5, observamos que el relato de hoy acontece en un día en que Jesús está instruyendo a sus discípulos acerca del Reino de Dios:
- Lo hace con parábolas que hemos leído, reflexionado y meditado en domingos anteriores: el sembrador, la semilla que crece sola, el grano de mostaza (Mc 4, 1-34).
- Y como confirmación de su mensaje en las parábolas, Jesús realiza varios milagros, el primero de ellos, éste de la tempestad clamada (Mc 4,35-41), luego vendrán otros tres (Mc 5).
En aquella ocasión, Jesús dirigía sus palabras a una multitud, hoy a nosotros, como comunidad-iglesia y a cada uno personalmente.
¿Y qué nos dice?
Vamos a la otra orilla
Jesús está en un entorno, Galilea, en el que, a pesar de las calumnias de los escribas, buena parte de la gente lo escucha con atención y con interés. Podríamos decir, está en un entorno de seguridad y de tranquilidad… Quizás nosotros en situación similar diríamos “nos quedamos aquí”.
Pero Jesús tiene pasión por llevar el mensaje a todos y, por ello, “vamos a la otra orilla”. La otra orilla del lago, la región al este del Jordán, era la Decápolis, considerada en la mentalidad judía “tierra de paganos”. También allí quiere hacerse presente Jesús, llevar el mensaje de la salvación de Dios.
¿Qué pasión tenemos nosotros por llevar el evangelio a personas que no lo conocen o que nos parece que no les interesa? ¿Nos quedamos en nuestra orilla: lo que sé, lo que controlo, los de mi cuerda? ¿O voy a la otra orilla, a los demás?
Tenemos hoy una llamada evidente: ¡Vamos a la otra orilla!
Embarcarse es arriesgarse
Se embarcaron para ir a la otra orilla y en mitad del lago “se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca: tenemos una gran tempestad, tempestad que produjo un gran miedo en los apóstoles: ¡que nos hundimos!
La escena de la tempestad y la narración es una parábola de la experiencia de todo creyente, de la comunidad eclesial entera y de cada persona en concreto, ¿verdad que sí? ¿Quién de nosotros no ha vivido o vive, en ocasiones, acontecimientos duros, situaciones que no se esperaba, asuntos dolorosos… tempestades que no imaginábamos… por enfermedad que surge, por temas laborales, por incomprensiones que llegan? La tempestad llega a nuestra vida, ¡claro que sí!
Y la expresión, de una u otra forma, brota en nuestra boca: “Señor, ¿cómo consientes esto?” Para los discípulos aquella tarde, “Jesús estaba en popa… dormido… y lo despertaron diciéndole: ¿Maestro no te importa que nos hundamos?”. De una manera u otra nos llega el miedo, que puede atenazarnos, que puede paralizarnos…
¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
Frente a la tempestad, Jesús “se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma”.
Y dijo a los apóstoles: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
El miedo lo rompe, lo elimina, lo supera, lo vence la fe. Jesús está al lado, va en la misma barca que nosotros… parece dormido, pero está ahí, al lado. Y seguro, seguro, nos va a tender su mano en todo momento. Navegamos entre tempestades y vientos contrarios, pero Cristo nos acompaña y nos ayuda siempre, siempre… La fe es un gran regalo de Dios… La tempestad ocurre, la enfermedad y las pruebas de distintos tipos llegan… pero no nos sintamos nunca solos: el Maestro está junto a nosotros ayudándonos, va junto con nosotros… La fe echa fuera el miedo: ¡confiemos siempre en Dios!
Con humildad, con oración constante, agradezcamos la fe que tenemos y pidamos al Señor que nos la acreciente cada día: ¡Señor, gracias por la fe que me diste, regalo tuyo! ¡Señor aumenta cada día más mi fe en ti!
¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
La pregunta ha de ser honda: ¿Quién es Jesucristo para mí? ¿Quién es éste con el que en breves momentos voy a comulgar?
Y, hermanos, comulgando con él, una gran calma interior se hace. Calma y paz que viviremos nosotros… y calma y paz que aportaremos a los que nos rodean.
Nunca en nuestras dificultades estamos solos, nunca nuestras dificultades las afrontamos en solitario: hacemos el camino con Jesucristo, el Señor.
Y siempre de la mano de la Madre
María nos toma de la mano, nos acerca a su Hijo y nos acompaña en toda nuestra andadura. ¡Es Madre!
¡Gracias, Madre, que caminas con nosotros!
Antonio Aguilera