Los cristianos estamos llamados a participar en la construcción de un mundo mejor. Por eso las alegrías y sufrimientos de los demás debemos asumirlos como propios, poniendo todo nuestro esfuerzo en mejorar la vida de los otros, contribuyendo a desterrar odios, pobrezas y miserias y a traer convivencia, solidaridad y progreso humano. No se nos permite desentendernos de los demás.
La santidad no es para las personas tristes y amargadas. Ni para los que se quejan continuamente de que todo les va mal. Tampoco para