No hay ruta alternativa al mensaje del Evangelio que nos transmitió Jesús: amar, amar, amar. A todos, sin excepción. Por supuesto que, a veces, nos cuesta distinguir el amor auténtico. Porque nos empeñamos en aceptar a los que son de nuestra cuerda y en rechazar, con múltiples excusas, a los que se están a distancia de nosotros. A éstos hay que amaros, igual que a aquellos. Aunque no nos guste lo que hacen u opinan. Porque el mandato es bien claro: amar sin excepciones, sin distinguir entre los buenos y los malos. A aquellos, los aprobaremos; a éstos, los soportaremos. Pero a unos y a otros los amaremos si queremos ser discípulos del Señor.
Cuando nos ponemos realmente a disposición de Cristo, porque hemos comprendido que Él es nuestra razón de existir, no debemos tener miedo alguno en obedecer