1. Dos escenas con diferentes personajes en el evangelio de hoy
A) Jesús con uno que se acercó corriendo:
Acabamos de escuchar el relato del evangelio de Marcos en el que hemos observado a uno que, “corriendo, se acercó a Jesús, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”
Ciertamente, en principio nos cae bien esta persona (Mateo, en pasaje paralelo, dice que era un joven). Es una persona que va por la vida con una actitud muy buena: “He cumplido todos los mandamientos desde mi juventud”, le dice a Jesús. La cosa iba bien, podía haber buen rollo, buen entendimiento.
Sin embargo, Jesús le plantea que, para seguirlo, lo deje todo, todo: “Vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego sígueme”. Y ahí aquel hombre se acobarda, retrocede: darlo todo-todo, no… “Y se marchó triste”, dice el evangelio… triste. Vino con ilusión y se marchó acongojado, triste.
B) Jesús con los discípulos:
Cuando se ha marchado aquella persona, Jesús mira a los discípulos y tiene un diálogo con ellos. Ellos lo han dejado todo y lo han seguido. En confianza, Jesús les dice: “Os aseguro que quien deje casa, familia, tierras por mí y por el evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más, y en el futuro, vida eterna”.
¿Qué mensaje tenemos con estas dos escenas? El evangelista Marcos, con las palabras y las propuestas de Jesús ha construido una catequesis sobre la radicalidad del seguimiento: seguir a Jesús conlleva liberarse de todo aquello que nos ata; conlleva poner a Jesucristo en el centro, Él es el Señor, y, desde ahí, orientar todo lo demás de nuestra vida. Ser libres, para ser hombres y mujeres.
2. Para seguir a Jesús hay obstáculos…
Según las palabras de Jesús (y Jesús no era un ingenuo), según recoge el evangelista (y el evangelista conocía su entorno), las riquezas son una dificultad para la buena nueva que Dios propone a los hombres. Deben ser otros valores los que ocupen el primer lugar en nuestra vida.
¿Es que el dinero es malo? No, lo necesitamos. Pero la vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos… todos hijos del mismo Padre… servidores todos…
Y existe la “enfermedad del dinero”, enfermedad silenciosa. Hemos escuchado probablemente hablar de las enfermedades silenciosas, esas que no notas pero que van por dentro haciendo daño hasta que un día afloran con fuerza y destruyen.
Esa enfermedad está dentro y se agrava cuando la persona va poniendo como objetivo principal de su vida el dinero y lo que el dinero puede dar. Sin darse uno cuenta, esa enfermedad corroe y el individuo reduce su existencia a tener, a acumular, a ser reconocido por su posición social.
¡Ojo con las enfermedades silenciosas! ¡Que son las más traicioneras!
3. …Pero obstáculos que son superables
Bien, estamos aquí, queremos seguir al Señor, ¿qué remedio hay para superar esa enfermedad que puede acarrearnos mucho mal, muchos males?
La 1ª lectura (Sab 7) nos ha propuesto otra sabiduría para vivir, una sabiduría que “la preferí a cetros y tronos, y, en comparación con ella, tuve en nada la riqueza … Todo el oro a su lado es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro”. Pensemos que se trata aquí de la sabiduría de:
- Poner a Dios en el centro: la Palabra de Dios ha de ser mi guía para ser feliz en la vida. Esa Palabra de Dios (2ª lectura, Heb 4) que “es viva y eficaz, penetra hasta lo más dentro de nuestros huesos y coyunturas” y nos hace mirar la vida con criterios no de posesión sino de generosidad.
- Poner al dinero en su sitio: lo necesitamos, pero no es lo más importante. Importantes sí son la ética, la honradez, el trabajo bien hecho, la amistad, el amor, la familia, la fraternidad, el sano equilibrio de la persona.
- “La manera sana de vivir el dinero es ganarlo de manera limpia, utilizarlo con inteligencia, hacerlo fructificar con justicia y saber compartirlo con los necesitados” (J. A. Pagola, Marcos, pg 191).
4. Miremos la guía de los Santos Padres y del papa Francisco
San Ambrosio escribía que cuando damos algo a los pobres estamos restituyendo lo que no es nuestro, lo que es suyo: “No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos… Cuando das al pobre, pagas, por tanto, una deuda”.
San Bernardo, hablando de las leyes (y ahí entran las económicas), decía:
“Continuamente se dictan leyes en nuestros palacios (parlamentos); pero son leyes del emperador, no de Jesucristo”. La ley de JC es amar… compartir…
Y el papa Francisco, voz de Dios hoy, nos recuerda que “así como hay un mandamiento de ‘no matar’ hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la desigualdad’ (EG 53). No a la nueva idolatría del dinero (EG 55). No a un dinero que gobierna en lugar de servir: el dinero debe servir y no gobernar… Os exhorto a la solidaridad desinteresada, a vivir una economía a favor del ser humano (EG 58).
5. En María ponemos nuestro deseo de ser mujeres y hombres nuevos
Antonio Aguilera