1. Introducción
Continuamos caminando hacia los grandes días de la Pascua: muerte y resurrección de Jesucristo; los grandes días del creyente cristiano, y de la humanidad entera, porque es salvación para todos los hombres.
Y celebramos hoy el 2° domingo de esta andadura de Cuaresma.
El miércoles de ceniza, lo recordamos muy bien, en el evangelio se nos daban tres vías para caminar:
-Ayuno: ayuno y abstinencia = ¿De qué tengo yo que ayunar
y abstenerme para ser más de Dios y más de los hermanos?
-Limosna: mis bienes he de compartirlos = ¿Qué gasto yo más de lo
verdaderamente necesario? ¿Qué comparto?
-Oración: haz silencio en tu vida, exterior e interior = Entra en lo profundo
de ti mismo y de Dios y ábrele el corazón de par en par.
2. En este caminar, necesitamos mirar arriba
Este caminar en un estilo de vida así, un caminar en hondura, en austeridad, en reflexión sensata, en ir despojándonos del lastre que nos estorba, en que los demás sean el centro y no yo… ¡no es fácil! ¡Nada fácil!
Los discípulos que andaban con el maestro, con Jesús, cuando fueron vislumbrando esto y oyeron que Jesús subiría a Jerusalén, que sería juzgado y condenado… ¡no entendieron nada! Eso de entregar la vida… ¡ni hablar! Y se opusieron, recordemos a Pedro: ¡Lejos de ti eso, Maestro…!
Y Jesús, ante aquellos discípulos acobardados y desanimados, quiere acrecentar en ellos la esperanza:
- Se llevó con él a los tres más cercanos, al Monte Tabor, a un rato de oración, a un rato de encuentro con la grandeza de Dios.
- Y allí contemplaron la gloria de Dios:
-Escena gloriosa de Jesús = es el Señor.
-Flanqueado por los dos grandes del AT = la Ley y los profetas:
Moisés y Elías.
-Y la voz del Padre: Este es mi Hijo amado, escuchadlo.
Es decir:
-En medio de las duras vivencias… que tenían ya… y que se avecinaban,
-tuvieron la experiencia del encuentro con el Señor, con su grandeza…
-Y la disfrutaron: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Haremos tres tiendas…
Nosotros -también tenemos vivencias duras y un caminar exigente…
-Necesitamos la experiencia del encuentro profundo con el
Señor, la experiencia de mirar hacia arriba, de contemplar a
Dios: oración de cualquier tipo… personal y en familia…
3. Tras el encuentro con el Señor, seremos criatura nueva:
conversión
Desde la experiencia de encuentro profundo con el Señor, recordamos que grandes personas cambiaron su vida, se transformaron:
-Abrahán (1ª lec): creyó en el Señor. Y el Señor le llama a una tierra
nueva. Y aquel día el Señor hizo alianza con Abrán. Padre de la fe…
–Pablo (2 lec. Filp) está totalmente convencido de que hay muchas
vergüenzas en la vida: cuando se aspira a cosas terrenas. Pero nosotros
somos ciudadanos del cielo
–Teresa de Jesús, tras haberse dejado poseer por Dios, podrá ya escribir:
Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?
-Y tantos otros: Ignacio de Loyola, Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, Carlos de Foucauld, Madre Petra, san Manuel González… tu santo patrón.
Por tanto, si nos encontramos de verdad con el Señor, si le abrimos la puerta de par en par… seguro que viviremos totalmente felices (¡Maestro, qué bien se está aquí!), y seguro que disponibles: ¡Aquí me tienes, Señor!
¡Seguro que seremos mujeres y hombres de Dios, mujeres y hombres de los hermanos, mujeres y hombres con hondura!… ¡Gente que afronta la vida con humanidad y calidad! Gente convertida a Dios… y convertida a los hermanos…
4. Y todos nosotros lo queremos así
Y todos nosotros anhelamos -esa calidad humana grande,
-esa total disponibilidad to total,
-esa vivencia de entrar en el misterio
de Dios y contemplarlo con gozo.
Pues bien, caminando por esta Cuaresma,
-estamos ahora alrededor del altar, en el Tabor del altar: tenemos aquí
la fuerza para caminar. Tenemos el alimento que nos capacita.
Contemplemos a Dios, pongamos ante Él al mundo entero…
Y a Ucrania, que sufre la crueldad del sinsentido…
-Sí, estamos ahora como en un Tabor… Y aquí oímos la voz del
Padre: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadlo.
Y María Santísima de la Victoria nos acompaña en este caminar nuestro de conversión hacia su Hijo, y nos acompaña en ese estar con su Hijo. A ella nos encomendamos:
- ¡Madre, llévanos a tu Hijo Jesucristo! ¡Madre, conviértenos a él!
- ¡Madre, llévanos a todos tus hijos, nuestros hermanos!
- ¡Madre, ayúdanos a vivir una santa cuaresma!
Antonio Aguilera