P. de D.: Discípulos… puertas cerradas… miedo a los judíos…
¿Ustedes tienen miedo?
Todos nosotros sentimos en ocasiones miedo, quién no, ¿verdad?
- Miedo ante circunstancias de nuestro mundo: todos estos días estamos viendo las salvajadas cometidas en Bucha, Mariúpol, Kiev, … en muchas partes de Ucrania con gran cantidad de muertos y ciudades destruidas… Violencia… El hambre que hace estragos en millones de criaturas humanas… Crisis provocadas que afectan a muchas familias… El futuro de las pensiones… La política, imprevisible… El aborto y la eutanasia…
Circunstancias todas que nos dan miedo, ¡y con razón!
- Miedo a manifestar nuestra fe: jóvenes cristianos en la universidad, trabajadores en sus trabajos… se sienten como “acorralados” por otros más “listos” (creen ellos)… y no se atreven a presentarse como cristianos…
- Miedo a nosotros mismos: Miedo a salir de nosotros mismos, miedo a romper con nuestra comodidad, miedo a nuestras muchas debilidades…
En las tres lecturas de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar encontramos igualmente situaciones de miedo:
- Apoc.: Estaba desterrado… Vi en medio de los candelabros una figura
humana… Caí a sus pies como muerto… Él me dijo: “no temas”.
- Hechos: Los que veían a los discípulos, no se atrevían a juntárseles…
- Evang.: Estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los
judíos.
Efectivamente, los discípulos de Jesús sentían miedo en ocasiones. Se entiende bien: han matado al Maestro, intentan ahogar su mensaje… No hay esperanza ninguna… Nos perseguirán a los discípulos… Y así, unos se fueron para Emaús, y otros se quedaron en Jerusalén, pero con las puertas atrancadas.
Según el Ap, Juan está desterrado por haber predicado la palabra de Dios -dice- y por haber dado testimonio de Jesús. Ni Juan ni aquella comunidad cristiana primera acepta que el emperador sea el señor y el dios de Roma y del mundo, señor y dios de todos, como él se proclama; y el emperador, Domiciano, decreta persecución/muerte contra los cristianos… Hay miedo, es lógico.
Y, en esas circunstancias de persecución, muchos, aunque querían unirse al grupo de seguidores de Jesús, no se atrevían a juntárseles, dice la 1ª lectura.
¡Hemos visto al Señor!
Es verdad, sentimos miedo, miedos de muchos tipos, igual que aquellos primeros seguidores de Jesús.
Pero vemos que aquellos discípulos se transforman, cambian, sienten una fuerza especial y se muestran decididos: Hacían signos y prodigios en medio del pueblo, manifestaban su fe en Cristo Resucitado a todos, se reunían en comunidad, crecían en número, hacían el bien públicamente a todos… (Hech).
¿Cómo vencieron al miedo? ¿Qué ha pasado?
Dice el Evangelio que Jesús se hizo presente en medio de ellos: Estando con las puertas cerradas por miedo, Jesús entró, se puso en medio de ellos y les dijo “paz a vosotros”… Exhaló su aliento sobre ellos, les transmitió su Espíritu, y los envió: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”.
Y a Tomás, un hombre atormentado por la duda, que no se fiaba de sus compañeros ni de nadie, Jesús le dice: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.
Es decir: Jesús, Resucitado, está presente en medio de ellos. Ellos palpan a Jesús. Y ese encuentro con él les hace superar toda duda, los transforma: de ser hombres acobardados, pasan a ser hombres decididos; de ser hombres escondi-dos, pasan a ser hombres que manifiestan públicamente la fe; de ser hombres huidizos, pasan a saberse y sentirse hombres enviados por el Señor.
¿Y nosotros?
Nosotros, evidentemente que experimentamos también muchos miedos ante tantas cosas que nos acorralan, y atrancamos las puertas, pero
- Jesús también se hace presente entre nosotros hoy y nos dice: Paz a vosotros.
- Jesús también pone hoy su mano sobre nosotros, como hizo a Juan evangelista en la isla de Patmos, y nos alienta: No temas, yo soy el primero y el último, yo soy el que tiene la vida.
- Y Jesús mismo nos envía: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
¿Qué hacer nosotros? Sentir gozo grande y gritar fuerte lo del Evangelio:
-Lo de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!… Profunda fe, intimidad…
-Lo del grupo de discípulos: ¡Hemos visto al Señor!… Contarlo…
Sí, hermanos, hemos visto al Señor, al que vive, al Señor Resucitado. Y ante Él proclamamos con fe honda: ¡Señor mío y Dios mío!
Y en esa fe honda, profunda y grande:
Celebramos este domingo la misericordia del Señor: Domingo de la Misericordia. -Misericordia de Dios para conmigo… ¡Cuánta!…
-Y de mí para con mis hermanos: obras de misericordia…
Y María nos acompaña -para encontrarnos con su Hijo y
-para nuestra misión de discípulos misioneros…
Antonio Aguilera