La Cruz de Lampedusa en el arciprestazgo de Los Ángeles
Queridos hermanos:
Estamos celebrando el tiempo Sagrado de Navidad, Dios que asume la debilidad de la humanidad, pequeño, débil para mostrarnos su amor infinito. El pesebre es ternura y salvación. El pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46). Pesebre y cruz es un único misterio de esperanza y vida, todo se ilumina desde Cristo, palabra encarnada, palabra crucificada, palabra de vida eterna. El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros.
Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).
Sucedió en el verano de 2013. Una barcaza cargada con refugiados se incendió a media milla de la Isla de Conejos, enfrente de la costa de Lampedusa (Italia). La barca sucumbió y se ahogaron 349 personas, algo terrible. Días después francisco el Papa, sensible ante tanto dolor el 8 de julio se desplaza a Lampedusa en su primer viaje fuera de Roma. Ahí comienza la historia de la Cruz que hoy veneramos en nuestro arciprestazgo de los Ángeles. En abril del 2014 la Fundación italiana “Casa del Espíritu y de las Artes”, presento al Papa una cruz realizada con tablas de cayucos naufragados. Francisco la bendigo y les encargo: “llevadla a todas partes”.
Las costas de Málaga y de diócesis vecinas no son ajenas al drama de tantos hermanos nuestros. Nuestro mar mediterráneo se ha convertido desde hace mucho tiempo en la sepultura anónima de miles de hermanos que mueren en el intento de salir de la miseria que envuelve sus vidas en el dolor, datos contrastados nos hablan de que en el primer trimestre del 2019 que acabamos de terminar 1.022 personas han muerto en el intento de cruzar el mediterráneo, de estos 1.022, 800 se han producido en nuestras tierras andaluzas, en el Estrecho, recientemente cerca de Melilla. Otro dato escalofriante es que desde 1997 han perecido en aguas del Estrello al día de hoy más de 6000 según la Organización Internacional para las Migraciones, que tiene muy claro que las cifras de víctimas podrían ser muy superiores.
Al bendecir la cruz el Papa denunciaba la situación al decirnos: “no podemos seguir anestesiados ante el dolor ajeno. Llevar la Cruz como símbolo, para acercar y no olvidar el drama y la realidad de los inmigrantes.
Hoy contemplamos a Cristo en el pesebre, crucificado en la carne de muchos hermanos, es posible que ante tanto materialismo y consumismo, ante tanto exceso de información, nos pasamos horas y horas navegando en internet en la subcultura del me gusta, que no pisemos el suelo, que vivamos sumergidos en lo banal hasta el punto de llegar a ser insensibles ante el sufrimiento de los que me rodean, de los que vienen de lejos, son una noticia o información más que no toca el corazón porque este esta emborrachado en el mundo de lo superfluo y encerrado en el propio yo, incapaz de amar.
La Cruz azul y amarilla de Lampedusa, la gruta de Belén, la desnudez del niño Jesús, la desnudez de la cruz, representan la lucha por un mundo sin fronteras, donde ningún ser humano sea ilegal, sin papeles, sin derechos como también nos dice francisco “la indiferencia nos hace cómplices”.
Los que llamamos refugiados, los que decimos emigrantes, los que vienen en pateras, los que recorren los desiertos, los que esperan saltar la valla, cruzar el mar o entrar en Estados Unidos, los que se ven rodeados por murallas que hacen insoportable la vida en la propia tierra de Jesús, los que intentan subir a un tren, ir ocultos en los bajos de camiones… no son enemigos, son hijos de Dios, no son un número más que llenan las estadísticas, tienen caras, nombres, familias, sentimientos, no son ladrones y maleantes, vienen gentes la gran mayoría de ellos buena gente, grandes profesionales, médicos, profesores, amas de casa, niños… huyen del hambre y de la miseria, huyen y se desplazan por que las bombas, las guerras violentas, ciegas y crueles pisotea la dignidad de todo hombre a vivir en paz y con los recursos suficientes. Tienen miedo, mucho miedo, muchos vienen con el corazón destrozado después de ver sus hogares, pueblos, ciudades, familias sepultadas en un mar de escombros. Vienen con mucho miedo, miedo a nosotros, a nuestra sociedad de mercado, al capitalismo salvaje … pero les empuja la desesperación, la esperanza es lo último que se pierde.
Ojala que esta celebración ante esta cruz, sirva para avivar la fe y la solidaridad con nuestros hermanos inmigrantes y refugiados, sirva para desterrar y luchar ante cualquier postulado racista o xenófobo.
Vamos a venerar esta Cruz y simbólicamente besemos el suelo de la gruta de Belén y en este gesto interior, abracemos el sufrimiento de todo hombre, de cualquier raza, pueblo o nación y pidamos un corazón nuevo y la fuerza necesaria para sostener a los más débiles y construir el Reino de Dios, un mundo más justo y fraterno, más libre, un mundo donde florezca la justicia, donde la política, la economía, la cultura y las relaciones entre las personas, sirvan al bien común.
Madre y Señora del Pesebre, Sagrada familia en el misterio de la huida a Egipto, Madre de Misericordia al pie de la cruz, ilumina nuestras mentes, dilata nuestro corazón y haznos sensibles al dolor ajeno.
Manuel Ángel Santiago, arcipreste Los Ángeles