Ella, María, es bienaventurada. Porque así lo dispuso Dios, que la eligió para ser la madre de Jesús. Y no podía relegarla a un segundo plano si era quien iba a llevarle en su vientre. Desde los comienzos del cristianismo, ella ha sido bendecida por los creyentes. Es también madre nuestra, porque su Hijo nos la dio en el momento de su muerte terrenal. Y a Él es más fácil llegar a través de esta madre que siempre está dispuesta a echarnos una mano para ser mejores. Honrarla a ella es honrar a Cristo.
La fuerza interior, si está dirigida desde el Señor, nos lleva a construir, paso a paso, pero sin desmayo. Lo importante es comenzar y perseverar.