La paz que nos trae postrarnos ante el Señor, reconociendo nuestra pequeñez, es un bálsamo que cura todas nuestras heridas y nos llena de un inmenso gozo. Si acudimos más a ella, seremos más dichosos. Un creyente que no reza no saborea la alegría interior de sentirse acogido por el Padre bueno. Que nunca nos falte tiempo para orar, pues en la plegaria nos acercamos a quien nos llena de su gracia.
Sabemos que Ella, la Madre, está siempre a nuestro lado, echándonos una mano cuando lo necesitamos, manteniéndonos firmes en los momentos de flaqueza, orientándonos cuando