Somos dados a imponer a los demás nuestros propios criterios, incluso violentándoles con palabras elogiosas o con desprecios. En el fondo, lo que nos falta es el conocimiento completo de nosotros mismos y la humildad necesaria para admitir que la libertad que pedimos la debemos conceder a los que no están de acuerdo con nosotros. En el fondo, nos falta el ejercicio siempre saludable de la caridad.
A veces tenemos la valentía de reconocer que algo que hemos hecho, o dejado de hacer, no ha sido correcto. Pero no basta con reconocerlo,