Introducción
Hoy es Jueves Santo, un día entrañable, una fiesta de las pocas que relucen más que el sol (“Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y día de la Ascensión”).
Hoy recordamos agradecidos y asombrados la muestra del inmenso amor de Dios. Día inolvidable, por tanto, para todos nosotros.
Y espontáneamente nos brota:
-Gracias, Señor, por tu actuación en la historia.
-Gracias, Señor, por la Eucaristía.
-Gracias, Señor, por todos los que lavan los pies de los
hermanos.
-Gracias, Señor, por todos los que sirven.
-Gracias, Señor, por el regalo del sacerdocio.
-Y… ayúdanos, Señor, en la dura situación actual.
Canto inicial: Un mandamiento nuevo
Una tradición milenaria
Monición:
Sí, día inolvidable para nosotros, como lo era la Pascua para los judíos. Ellos habían vivido la experiencia impresionante de que Dios estaba a su lado, de que Dios no los quería esclavos, sino mujeres y hombres libres.
Lo viven, lo experimentan, y lo cuentan a las siguientes generaciones, desta-cando, en la primera lectura, tres puntos:
- La descripción detallada de cómo celebrar la cena pascual.
- La acción de Dios a favor de su pueblo y de la justicia.
- El compromiso de fraternidad del pueblo de Dios: solidarios y compar-tiendo la fiesta entre todos.
Lectura: Ex 12,1-8.11-14
Lectura del libro del Éxodo:
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
– «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: «El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año, lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».
Palabra de Dios.
Silencio, oración
Canto meditativo (o salmo recitado): Acerquémonos todos al altar
Un gesto entrañable
Monición:
Pablo en su primera carta a la comunidad de Corinto (1Cor 11,23-26) narra la institución de la Eucaristía. El relato nos lo transmitieron también los evangelistas Mateo, Marcos y Lucas.
El evangelista Juan completará luego algo muy bien la visión del relato de la última cena, la noche antes de padecer Jesús: recoge la entrañable ocasión del Lavatorio de los pies al final de la cena.
La actitud de Jesús, de rodillas y a los pies de los discípulos, contrasta con el gesto de sorpresa y negativa de Pedro… de los discípulos… de tanta gente…
¿Y de nosotros? ¿Qué pensamos nosotros de un Dios que se queda realmente entre nosotros siempre y que se arrodilla a los pies de la criatura, de un Dios que va a dar la vida por ti y por mí, por la humanidad entera? Los judíos lo tomaron por un escándalo; los sabios griegos por una estupidez… Y nosotros, ¿lo entendemos?
Él mismo, tras convencer a Pedro quiere convencernos a nosotros: ¿Com-prendéis lo que he hecho? Me llamáis El Maestro y El Señor… y decís bien… Haced vosotros lo mismo.
Porque se trata
- de que entendamos algo tan grande como es su presencia real entre nosotros, bajo las especies de pan y vino;
- y de que entendamos el alcance de un gesto tan sencillo –lavar los pies- que implica su decisión de dar la vida por todos.
- Y de que tú y yo, cada uno de nosotros, cada mujer y cada hombre, adorándolo a Él y aprendiendo de Él, demos nuestra vida junto con Él.
Lectura: 1 Cor 11,23-26
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios.
Silencio, oración
Canto meditativo (o salmo recitado): Comiendo del mismo pan
Un compromiso ineludible
Monición:
Ojalá comprendamos las palabras del evangelio que vamos a escuchar a continuación. Si las comprendemos… ya sabemos: ¡Vamos a hacerlas vida en nuestra vida! Es muy fácil lo que hemos de hacer, junto con el Señor:
- Lavarnos los pies los unos a los otros. Ésa es la señal de gastar nuestra vida por el hermano, por cada hermano…
Y en especial y siempre por el más débil, por el que está roto, por el que ni sabe ni puede y, a veces, ni siquiera le dejamos hablar…
Tú sabes por quién has de hacerlo: ponle nombre y rostro a esa persona…
Y en esta situación de enfermedad especial que vivimos, de pandemia, de soledad y dolor de muchas personas y familias… más necesario aún es…
- Dios quiere que nos amemos, que nos ayudemos, que compartamos lo que tenemos… la fraternidad…
Día del Amor Fraterno: ¿Qué comparto yo? ¿Con quién lo comparto?
Este año con una intensidad especial: la crisis nos afecta, y nos afectará aún muchos más, a todos, pero a los hermanos más pobres, más…
Cáritas nos pide un esfuerzo extra, una colecta más fuerte para compartirla: Compartir con caridad hace el hombre más humano, dice el papa Francisco (Mensaje, 2020).
Puedo concretarlo: ¿Un tanto por ciento de mis ingresos de este mes…?
- Un compromiso que brota de la fuente, de una vivencia gozosa y fundante: brota de Vivir la Eucaristía.
Jesucristo está presente, real, vivo entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía.
Es el que nos espera, el que nos escucha, el que entiende nuestras rebeldías, el que consuela, el que nos alimenta, el que hace camino con nosotros.
¡Es grande adorarlo! Escuchamos y lo adoramos.
Lectura: Jn 13,1-15
Lectura del santo Evangelio según san Juan:
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:
– «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
– «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
– «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
– «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
– «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
– «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
– «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Palabra del Señor.
Silencio, oración
Canto meditativo (o salmo recitado): Hombres nuevos
Y, finalmente, nuestra oración comunitaria
Sacerdote:
De ti, Padre Dios, nos viene todo bien y toda la ayuda que necesitamos.
Acoge ahora nuestra humilde y confiada oración. Diremos:
¡Haznos servidores, Señor!
Lector:
- Para que la iglesia entera sepamos caer de rodillas ante tu presencia, adorándote siempre en el pan y el vino consagrados, ante el pan y el vino convertidos en tu cuerpo y tu sangre. Oremos:
Respuesta: ¡Haznos servidores, Señor!
- Para que la iglesia entera siempre seamos capaces de acoger las necesidades de los hermanos, de los que más sufren a nuestro lado por cualquier motivo. Oremos:
Respuesta: ¡Haznos servidores, Señor!
- Para que todos los que llevamos el nombre de cristianos busquemos el entendimiento, la relación, crear comunidad y vivir la fraternidad. Oremos:
Respuesta: ¡Haznos servidores, Señor!
- Por los hermanos cofrades que estamos aquí adorando tu presencia real entre nosotros y por nuestras cofradías: que tengamos tu luz y tu fuerza para hacer el bien donde quiera que estemos. Oremos:
Respuesta: ¡Haznos servidores, Señor!
- Con el fin de hacer esto en memoria suya… Él llamó a unos pobres hombres, débiles y limitados, y, tras ser discípulos, los instituyó apóstoles.
Para que tengamos siempre sacerdotes santos que, lavando los pies de todos, nos sirvan la Eucaristía. Oremos:
Respuesta: ¡Haznos servidores, Señor!
- Para que quienes más sufren las consecuencias de la pandemia que vivimos (enfermos, familiares, sanitarios, científicos, grupos de ayuda etc.) encuentren calor, apoyo y reconocimiento solidarios. Oremos:
Respuesta: ¡Haznos servidores, Señor!
Conclusión:
Señor Jesús,
muchas veces te he mirado indiferente,
y, sin embargo, hoy caigo en la cuenta de que
lo eres todo para mí,
mi principio y mi fin.
Mi norte, mi guía, mi horizonte,
mi acierto y mi suerte;
eres mi muerte y mi resurrección,
eres mi aliento y mi agonía
de noche y de día.
Dame tu alegría, tu buen humor.
Dame tu melancolía, tu pena y tu dolor.
Dame tu aroma, dame tu sabor.
Dame tu mundo interior.
Dame tu sonrisa y tu calor.
Dame la muerte y la vida, tu frío y tu ardor.
Dame tu calma.
Dame tu furor.
Mi norte, mi guía, mi horizonte,
mi acierto y mi suerte;
eres mi muerte y mi resurrección,
eres mi aliento y mi agonía
de noche y de día.
Canto final: Anunciaremos tu reino
Antonio Aguilera